Segunda vuelta Jara vs Kast: ¿qué está en juego para Chile?
Jara y Kast se disputan el sillón presidencial este 14 de Diciembre
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Jara y Kast se disputan el sillón presidencial este 14 de Diciembre
La Ley 20.920, más conocida como Ley REP (Ley de Responsabilidad Extendida del Productor), no es solo otra normativa ambiental. Es, sin duda, el cambio de paradigma más radical en la gestión de residuos que ha visto Chile. Traslada el foco desde el final de la cadena (el vertedero municipal) hacia el inicio: el diseño mismo del producto. Bajo el principio de “el que contamina paga”, obliga a los productores e importadores a organizar y financiar la recuperación de los residuos de lo que ponen en el mercado.
Sin embargo, la aplicación de un marco legal nacional en un país de geografías y realidades productivas tan diversas como Chile no es una tarea simple. Mientras en Santiago se discuten metas y porcentajes, en el sur del país, específicamente en provincias como Osorno, la ley se enfrenta a un escenario que pone a prueba su flexibilidad y pragmatismo. Este no es un artículo sobre la teoría de la ley; es un análisis de su encuentro con la realidad de la provincia productora de Chile.
El legislador fue inteligente al incorporar el principio de gradualidad. La REP no se aplica de golpe. Se implementa por productos prioritarios (envases y embalajes, neumáticos, pilas, etc.) y sus metas se definen considerando variables críticas. Para el sur, la más importante es la que permite al decreto supremo respectivo considerar “aspectos demográficos, geográficos y de conectividad”.
Esta no es una cláusula menor. Es el reconocimiento de que la logística para recolectar un envase de leche en una planta de Puyehue no tiene el mismo costo ni complejidad que hacerlo en una tienda de Providencia. La economía circular, aquí, choca con la física de las distancias.
La provincia de Osorno, corazón de una potencia lechera, ganadera y forestal, genera un perfil de residuos único y masivo:
La pregunta crucial es: ¿La flexibilidad de la ley será suficiente para cubrir la brecha que esta geografía impone?
La implementación en Osorno no tropieza con la voluntad, sino con obstáculos estructurales que requieren soluciones creativas.
1. La Logística de la Última Milla (y las primeras 100):
El concepto de “punto limpio” se desdibuja en la ruralidad. La recolección en predios dispersos, con caminos no siempre pavimentados y largas distancias, es el mayor desafío operativo y económico. Los Sistemas de Gestión Colectiva (como los que tal vez mayoritariamente formarán las grandes empresas) deberán diseñar modelos híbridos: puntos de acopio en las cabeceras de ciudades como Osorno o Puerto Octay, combinados con rutas de recolección programadas en zonas rurales y, potencialmente, estaciones de transferencia que compacten residuos para reducir costos de transporte. La colaboración con municipalidades, prevista en la ley, es aquí una necesidad de supervivencia, no una opción.
2. El Déficit de Infraestructura de Valorización:
Recolectar es solo el primer paso. El objetivo final es reciclar, reutilizar o valorizar. Y aquí surge otra brecha: la escasez de gestores de residuos autorizados por el Sistema de Certificación de Gestores de Residuos (ScGR) en la macrozona sur. Si no hay plantas de reciclaje de plásticos o de valorización de neumáticos cerca, los residuos recolectados deberán viajar cientos de kilómetros hasta la RM o Biobío, encareciendo el proceso y contradiciendo parcialmente el principio de eficiencia ambiental. Esto representa una oportunidad de inversión gigantesca para emprendedores locales en el negocio de la economía circular.
3. La Formalización de los Recicladores de Base: Un actor clave subestimado
En Osorno, como en todo Chile, los recicladores de base son la columna vertebral informal del reciclaje. La Ley REP no los ignora; exige su inclusión y formalización. El desafío es doble:
Este proceso requiere capacitación, inversión y, sobre todo, voluntad de colaboración. Un sistema que los deje fuera estará incompleto y será socialmente regresivo.
Más que una carga, la Ley REP es la llave para modernizar el sector productivo del sur de Chile. Los que vean más allá del cumplimiento encontrarán una hoja de ruta para la innovación.
La Ley REP en Osorno no se medirá por el porcentaje de un decreto supremo, sino por su capacidad para adaptarse y potenciar la identidad productiva del territorio. El éxito dependerá de una gobernanza colaborativa donde el sector privado asuma su liderazgo, los municipios faciliten la infraestructura y la logística, la academia aporte el conocimiento y la innovación, y los recicladores de base sean incorporados con dignidad.
El sur de Chile tiene la oportunidad de demostrar que la economía circular no es un concepto abstracto de oficina, sino un modelo tangible que se construye desde el territorio, con pragmatismo, colaboración y una mirada puesta en un futuro donde productividad y sustentabilidad sean, finalmente, dos caras de la misma moneda.
Referencias

Desarrollo websites desde los 15 años. Me apasiona el diseño gráfico y los desafíos expresados en algún lenguaje de programación. Me gusta leer, escribir y oír música. Disfruto de los regalos sencillos de la vida, con una mirada crítica y revisionista de absolutamente todo lo que me rodea. Dios es fiel.
En los últimos años, Chile ha dado pasos significativos hacia la garantía de derechos y la inclusión de todas las personas, especialmente en el ámbito de la identidad y expresión de género. En ese contexto, un concepto clave que ha emergido con fuerza en la administración pública es el del nombre social, un derecho fundamental para muchas personas trans y de género diverso, que les permite ser reconocidas y nombradas de acuerdo con su identidad autopercibida.
La piedra angular de esta transformación es la Ley N° 21.120 de Identidad de Género, promulgada en 2018. Si bien esta ley principal se enfoca en el reconocimiento legal de la identidad de género y la rectificación de partida de nacimiento, la norma establece igualmente principios fundamentales como la no patologización, la no discriminación, la confidencialidad y la dignidad en el trato. Estos principios son la base para el uso del nombre social en diversas instancias de la vida pública.
Más allá de la Ley de Identidad de Género, otras normativas y protocolos han ido complementando este marco, asegurando que el respeto a la identidad de género se extienda a la interacción diaria con el Estado:
Estos avances demuestran una clara voluntad del Estado chileno de transitar hacia una administración pública más inclusiva y respetuosa de la diversidad, aunque de manera general. Cabe entonces preguntarse cómo se aterrizan estas políticas desde lo jurídico a lo práctico en la administración estatal.
Para las instituciones públicas, la implementación del nombre social va más allá de un cambio de registro en una base de datos para el tratamiento de la información. Las políticas de inclusión implican un cambio cultural profundo, en que el trato digno y el reconocimiento de la identidad se vuelven prioritarios, a la vez que se entregan nuevos horizontes en la atención a la ciudadanía, en cuanto a dignidad y derechos se refiere.
En muchas reparticiones públicas se han implementado protocolos de atención que establecen directrices claras (usaré, para este caso, algunos ejemplos tomados de protocolos MINSAL y MINVU):
Ahora, pensemos en una situación cotidiana (e hipotética, por cierto), en una institución pública, por ejemplo, en la Subsecretaría de Pesca y Acuicultura (SUBPESCA). Imaginemos que tenemos a un colega, Darwin Alejandro, quien prefiere ser llamado solo Alejandro, omitiendo su primer nombre.
¿Se aplicaría directamente la normativa de “nombre social” en este caso? La respuesta es que, si bien la Ley N° 21.120 y los protocolos de nombre social están diseñados explícitamente para el reconocimiento de la identidad y expresión de género (es decir, para personas trans o no binarias que utilizan un nombre que refleja su identidad de género, distinta a la asignada al nacer), el principio de respeto y dignidad en el trato que subyace a estas políticas es universal.
En el caso de Darwin Alejandro, su solicitud no está ligada a un tema de identidad de género disidente, sino a una preferencia personal por el uso de su segundo nombre. Aunque no se enmarca en la definición estricta de “nombre social” bajo la Ley de Identidad de Género, la cortesía profesional y el fomento de un ambiente laboral respetuoso dictan que se debe honrar la preferencia de una persona sobre cómo desea ser llamada. En cualquier entorno laboral, es una práctica estándar y un signo de respeto básico utilizar el nombre o la forma de tratamiento que un colega o usuario prefiere.
Por lo tanto, si bien no se invocaría la Ley 21.120 para este caso particular, la cultura de respeto y dignificación que esta ley y sus protocolos promueven es fundamental para el día a día de las reparticiones públicas. Es esta cultura la que, en última instancia, nos lleva a reconocer y respetar las preferencias de cada individuo, creando ambientes más inclusivos para todos, más allá de la normativa específica.
Academia Judicial. (s.f.). Ley 21.120. Ley de Identidad de Género. Recuperado de https://intranet.academiajudicial.cl/Imagenes/Temp/Texto%20-%20Ley%2021.120.pdf
Ministerio de Educación. (2021). Circular N° 812, sobre Derechos de Niños, Niñas y Adolescentes Trans y de Género Diverso en el Ámbito Educacional. Subsecretaría de Educación.
Ministerio de Salud. (s.f.). Circular N° 21, sobre el Trato a Personas Transgénero y el Uso de su Nombre Social en la Atención de Salud.
Ministerio de Vivienda y Urbanismo. (s.f.). Protocolo de atención para personas que se acogen a la Ley N° 21.120 de Identidad de Género y a la Ley N° 20.609 que establece medidas contra la discriminación – Minvu. Recuperado de https://www.minvu.gob.cl/wp-content/uploads/2021/08/Protocolo-atencio%CC%81n-ley-21.120-y-20.609_18.08.21.pdf
Servicio Civil. (2022, 16 de junio). Personas trans pueden postular a empleos públicos y prácticas utilizando su nombre social. Recuperado de https://www.serviciocivil.gob.cl/noticias/personas-trans-pueden-postular-a-empleos-publicos-y-practicas-utilizando-su-nombre-social/

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El artículo “The Illusion of Thinking“, publicado por investigadores de Apple, marca un nuevo hito en la discusión sobre los límites del razonamiento artificial. Mucho más allá de ser otro estudio técnico, el estudio es una aproximación meticulosa y profundamente reflexiva a las verdaderas capacidades de los LLMs. Valiéndose de entornos de rompecabezas controlados, el equipo logró superar los métodos tradicionales de evaluación, que muchas veces se limitan a medir la precisión en tareas de codificación o matemáticas. Aquí, en cambio, se investiga cómo los modelos piensan, cómo estructuran sus razonamientos y cómo fallan cuando el desafío se vuelve verdaderamente complejo. El resumen: Los LLMs no “razonan”, por lo que no estaríamos precisamente ante inteligencia artificial, sino solamente ante algoritmos predictivos. Con ello, la idea de desarrollar la AGI a partir del desarrollo de los LLMs es simplemente una ilusion.
El experimento de Apple, en entornos controlados, permitió manipular con precisión la complejidad de los problemas, lo que facilitó una observación más rigurosa del comportamiento de los modelos. La decisión de abandonar los benchmarks tradicionales a favor de trazas internas del proceso de pensamiento no es al azar, sino que demuestra la preocupación de Apple por la calidad y profundidad del razonamiento, más allá de los resultados. ¿Será tal vez ésta la razón del retraso continuo de Apple en términos de Inteligencia Artificial, siendo sus herramientas como Apple Intelligence un mero espejismo a la espera de desarrollar una herramienta 100% funcional? Lo cierto, es que, en este giro metodológico, el equipo de investigación logra demostrar la paradoja fundamental: mientras más complejos son los problemas, más evidente se hace la limitación de los LLMs. La caída en rendimiento no es gradual, sino abrupta; los modelos simplemente colapsan en su capacidad de entregar respuestas coherentes.
Uno de los experimentos realizados por los investigadores, fue a través de ejercicios con Las Torres de Hanói, un rompecabezas inventado en 1883 por Édouard Lucas, que consiste en mover una pila de discos de distinto tamaño entre tres postes, siguiendo reglas específicas. La investigación estableció claramente tres regímenes de complejidad: baja, media y alta. Esta clasificación permitió observar cómo varía el comportamiento del modelo según el nivel de dificultad. En niveles bajos, los modelos operan razonablemente bien; en niveles medios, muestran signos de razonamiento más sofisticado, aunque no siempre certero; pero es en los niveles altos donde ocurre el desplome. Es aquí donde los LLMs no solo fallan en entregar una respuesta correcta, sino que además exhiben patrones de razonamiento erráticos o, en algunos casos, simplemente dejan de razonar. Así, cuando hay pocos discos en la torre, los modelos logran resolverlo bien, pero con muchos (como 15 o más), dejan de resolver correctamente antes de completar todos los movimientos, lo que demuestra que tienen dificultades con problemas muy complejos y por ende, su “razonamiento” estaría más que cuestionado.
La observación esencial de la investigación contradice una creencia extendida en el campo de la inteligencia artificial: que el aumento en la capacidad computacional y en los parámetros del modelo equivale a una mejora proporcional en su habilidad de razonar. Lo que este trabajo demuestra es que, más allá de cierto umbral de complejidad, estos modelos no mejoran, sino que al contrario, retroceden. De hecho, se ha observado que, en algunos casos, su esfuerzo cognitivo disminuye en lugar de incrementarse. Es como si la sobrecarga del problema provocara una especie de rendición interna. ¿Una especie de “renuncia silenciosa”, tal vez?
Esto también plantea nuevas interrogantes sobre la escalabilidad. ¿Hasta qué punto podemos seguir aumentando la capacidad de los modelos sin revisar su arquitectura de razonamiento? ¿Cuánto del fracaso radica no en la cantidad de datos o parámetros, sino en la forma en que estructuran el pensamiento? La metáfora de que “piensan” como humanos se deshace rápidamente cuando se observa que sus procesos no se adaptan ni escalan con la dificultad, sino que colapsan ante ella. En el razonamiento humano, han sido los desafíos lo que ha permitido el desarrollo del pensamiento.
A diferencia de los modelos tradicionales de lenguaje, que operan con eficacia en tareas sencillas mediante patrones estadísticos, los LLMs están diseñados para emular procesos cognitivos más complejos. Sin embargo, se observó que los modelos tienden a sobrepensar en tareas simples y, sorprendentemente, a reducir su esfuerzo en tareas difíciles. Esto sugiere que la manera en que gestionan la complejidad interna no sigue una lógica humana ni algorítmica eficiente, sino que responde a patrones aún mal comprendidos. Además, los LLMs no logran beneficiarse de algoritmos explícitos ni realizar cálculos exactos cuando el entorno lo requiere. Esto los diferencia radicalmente de los sistemas simbólicos clásicos, que sí pueden garantizar precisión a través de estructuras lógicas (como nuestras calculadoras).
Si la promesa de los LLMs era lograr la robustez del aprendizaje profundo con la precisión del razonamiento simbólico, lo que muestra este estudio es que esa fusión aún no se ha materializado con éxito.
El hecho de que los modelos exhiban patrones inconsistentes en distintos tipos de rompecabezas apunta a una limitación de diseño más que a una falta de entrenamiento. Incluso con grandes volúmenes de datos y sofisticadas técnicas de afinamiento, el comportamiento sigue siendo impredecible. Esto refuerza la tesis de que los problemas no se resuelven simplemente alimentando al modelo con más ejemplos, sino repensando desde la base su arquitectura de razonamiento.
En un marco más simbiótico, como es el que personalmente siempre he prefierido adoptar, estos modelos no deben ser entendidos como sustitutos del pensamiento humano, sino como asistentes cognitivos que complementan nuestras capacidades. Pretender que ya hemos alcanzado la inteligencia artificial general (AGI) es no solo una exageración, sino una ilusión que beneficia más a las ganancias corporativas que a la investigación científica. El uso de trazas internas para entender el razonamiento de los modelos se convierte así en un paso útil para avanzar de aquí en adelante. Seguramente todos los principales modelos LLMs entenderán esta misión: no basta con evaluar la respuesta final; hay que descomponer el trayecto que llevó hasta ella. Esta visión coincide con una postura epistemológica más amplia: el conocimiento no se valida sólo por sus resultados, sino también por la transparencia del proceso que lo produce. Esta exigencia, si bien más rigurosa, también es más ética, tal y como siempre se plantea en el mundo educativo.
Así, la opacidad en el funcionamiento interno de los LLMs, la llamada “caja negra”, ha sido una de las críticas más persistentes en el campo. El artículo de Apple aporta herramientas para mitigar esa opacidad al ofrecer una metodología clara para estudiar cómo razonan los modelos, lo que abre la puerta a mejores sistemas con mayor confianza pública en su uso, algo especialmente necesario si consideramos su creciente uso en ámbitos sensibles como la justicia, la salud o la educación. En otras palabras, no estamos ante un callejón sin salida, sino ante un diagnóstico honesto que puede orientar el progreso.
No estamos ante un callejón sin salida, sino ante un diagnóstico honesto que puede orientar el progreso.
Los errores que cometen los modelos no son aleatorios: siguen patrones. Y esos patrones pueden ser útiles para el rediseño. Por ejemplo, el hecho de que sobrepiensen problemas simples, da a entender una falta de eficiencia debido a la deficiente calibración en sus sistemas de decisión interna, lo que abre la puerta al diseño de modelos más alineados con procesos humanos de resolución de problemas, donde complejidad del problema y nivel de razonamiento van, generalmente, de la mano. El enfoque de trazabilidad y explicación también abre nuevas vías para la educación y el aprendizaje automático interpretativo. Imaginemos sistemas capaces no solo de responder, sino de enseñar a otros humanos y otras máquinas cómo razonar. Eso implicaría un cambio de paradigma en la relación entre humanos y máquinas, más cercana a la mentoría que a la automatización.
En este sentido, el enfoque de Apple en este artículo no solo es científico, sino también filosófico. Nos obliga a preguntarnos qué entendemos por razonamiento, por inteligencia, por comprensión. Y lo hace en un momento histórico en que muchos están dispuestos a aceptar respuestas tecnológicas sin cuestionarlas demasiado, cegados por la promesa de la AGI. En últimos términos, se nos invita a una pausa, a un replanteamiento, a una maduración del discurso. En lugar de perseguir la AGI como un fin inevitable, propone que comprendamos y mejoremos lo que ya tenemos.
Esa comprensión sólo puede venir de una evaluación honesta y rigurosa, que incluya tanto lo que los modelos hacen bien, como lo que no. Con todo esto en mente, se vuelve evidente que el camino hacia una inteligencia artificial verdaderamente robusta no será una línea recta. Requerirá fracasos, ajustes, humildad. Requerirá mirar no sólo hacia adelante, sino también hacia adentro, buscando siempre una brújula racional para el viaje que aún nos queda por recorrer.

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Van muy pocas semanas desde que recibimos un nuevo golpe a la confianza pública. Esta vez, la noticia que ha copado titulares y grupos de WhatsApp tiene la forma de un número abultado y alarmante: más de 25.000 funcionarios públicos habrían viajado fuera del país haciendo uso de licencias médicas. La Contraloría General de la República no tardó en reaccionar, instruyendo sumarios administrativos en diversos servicios del Estado. Lo que está en juego no es solamente la legalidad de ciertas conductas individuales, sino la legitimidad misma del servicio público como vocación y pilar democrático.
Frente a la indignación generalizada, muchas veces espontánea y también justificada, se hace urgente una “bajada” de lo público. Comprender qué es un sumario administrativo, qué etapas contempla, qué derechos resguarda y qué sanciones puede implicar, es, hoy por hoy, un deber ciudadano. Porque solo conociendo las herramientas institucionales podremos exigir con criterio, defender la inocencia cuando corresponda y sancionar con justicia cuando así lo determinen los hechos. De otro modo, la opinión pública puede, fácilmente, transformarse en una cacería de brujas.
La Ley N°18.834, que establece el Estatuto Administrativo para los funcionarios de la administración del Estado, regula el procedimiento disciplinario al interior de los servicios públicos. En ese marco, el sumario administrativo no se debiera tratar de una caza de brujas ni un espectáculo punitivo, sino un procedimiento formal destinado a esclarecer si un funcionario ha incurrido en una infracción a sus deberes, y eventualmente aplicar una sanción. No toda investigación termina con castigo. Y no todo castigo se dicta sin garantías para el involucrado.
Existe una distinción inicial clave: la diferencia entre una investigación sumaria y un sumario administrativo. La primera es un procedimiento más acotado, que se utiliza cuando los hechos parecen evidentes o no revisten mayor complejidad, y su finalidad es indagar rápidamente si corresponde o no formular cargos. Si se advierte mayor gravedad o si los antecedentes así lo ameritan, se da paso al sumario administrativo, una investigación formal más extensa que contempla una serie de etapas con resguardos legales claros.
Todo sumario comienza con la designación de un fiscal instructor, normalmente un funcionario del mismo servicio con jerarquía y competencias suficientes. Este fiscal debe constituirse, notificar su nombramiento, y desde ahí iniciar la etapa indagatoria. En esta etapa se puede citar a declarar a testigos, solicitar documentos, ordenar pericias e incluso dictar medidas preventivas, como la suspensión del funcionario investigado mientras dure el proceso, si su permanencia en el cargo puede entorpecer la investigación o implicar un riesgo institucional. Esta suspensión no es una sanción anticipada, sino una medida precautoria, y debe estar debidamente fundada.
Uno de los momentos más críticos de la etapa indagatoria es el apercibimiento, esto es, la notificación formal al funcionario de que se está instruyendo un procedimiento en su contra. Desde ese momento, el funcionario tiene derecho a conocer los antecedentes, contar con defensa y aportar pruebas. Si la investigación no logra acreditar hechos constitutivos de falta, el fiscal puede proponer el sobreseimiento, cerrando el proceso sin cargos. Si, en cambio, existen antecedentes suficientes, se formulan cargos.
Ya en la etapa acusatoria, el funcionario recibe una notificación formal de los cargos en su contra. Aquí comienza el plazo para presentar descargos, una defensa escrita en que puede argumentar, ofrecer pruebas, contradecir lo planteado por el fiscal o invocar eximentes. Se abre luego un periodo de prueba, donde se reciben y valoran los medios probatorios. El fiscal emite entonces una vista fiscal, un informe final que propone una sanción o la absolución, y que debe ser valorado por la autoridad competente para dictar la resolución final.
Esa resolución puede adoptar distintas formas: puede dictarse una sanción (que va desde una amonestación verbal hasta la destitución), una absolución si no hay mérito suficiente, o un sobreseimiento por razones de fondo o forma. Esta resolución debe estar debidamente fundamentada. En casos donde el funcionario ya no trabaja en la institución, pero los hechos se relacionan con su anterior cargo, el sumario puede igualmente continuar, y la eventual sanción comunicarse al nuevo empleador público, si existiera. El principio de responsabilidad administrativa no caduca simplemente con la renuncia o el traslado.
Y esto es relevante para entender lo que está ocurriendo. En muchos de los casos de funcionarios cuestionados por licencias médicas que coincidieron con viajes internacionales, han optado por renunciar, probablemente con la intención de eludir la exposición pública o las consecuencias administrativas. Pero conviene dejar claro que la renuncia no extingue la responsabilidad, ni administrativa, ni civil, ni penal. El sumario puede seguir su curso. La Contraloría, como órgano superior de control, puede seguir fiscalizando, y el Ministerio Público también puede tomar cartas si los hechos revisten carácter de delito, por ejemplo, fraude al fisco.
Ahora bien, todo este andamiaje institucional tiene sentido sólo si lo comprendemos en su justa dimensión. Los sumarios no son linchamientos ni trámites automáticos. Son herramientas de la administración para resguardar la probidad, pero también los derechos de los trabajadores. Un sumario serio, con debida contradicción, con pruebas valoradas objetivamente, con tiempos razonables, no solo castiga. También educa. Restituye confianza. Instruye a otros sobre lo que no se debe hacer.
Y aquí quiero detenerme en una arista quizás más incómoda. Porque cada vez que estalla un escándalo de esta naturaleza, emerge también una corriente populista que arrasa con todo lo público: “todos los funcionarios son flojos”, “el Estado es una bolsa de empleo para los zánganos”, “hay que privatizarlo todo”. Esta generalización injusta no solo hiere la dignidad de miles de trabajadores que día a día sostienen escuelas, hospitales, oficinas municipales y servicios que son esenciales para la vida en comunidad, a la vez que debilita la idea misma de lo público como espacio de construcción colectiva.
La probidad no es enemiga del orgullo institucional. Por el contrario, cuanto más alto sea el estándar ético que exige el Estado, más fuerte debe ser su defensa cuando es atacado injustamente. Hay que investigar, sin duda. Hay que sancionar con firmeza cuando se confirma la falta. Pero también hay que cuidar la legitimidad del aparato público. Y eso no se hace desde el prejuicio ni desde el sensacionalismo, sino desde la información, la educación, el ejemplo; porque los servicios públicos no son inventos innecesarios ni burocracia vacía. Están habitados por personas. Muchas de ellas trabajan con dedicación incluso en condiciones adversas, con sueldos bajos, con exigencias desbordadas. Algunas cargan mochilas enormes de sentido: educar, sanar, proteger, orientar. No son héroes, pero tampoco villanos. Son parte de ese contrato social que nos permite vivir en sociedad. Y si el servicio público tiene que limpiarse de prácticas nocivas, debe hacerlo sin perder su alma.
Los sumarios administrativos son una forma de cuidado. De los recursos públicos, de las normas, de las personas que se relacionan con el Estado. A la vez, se transforman en una oportunidad de mejora. Tal vez, tras este escándalo, podamos conversar de sanciones, de cómo se tramitan las licencias médicas, de cómo se supervisan, de qué incentivos perversos operan, de qué vacíos existen en los servicios para evitar abusos. Tal vez, incluso, podamos fortalecer la carrera funcionaria, profesionalizar la gestión del personal, y devolverle al Estado algo que nunca debió perder: su vocación de excelencia.
Que se investigue, sí. Que se sancione, si corresponde. Pero que no se condene a todo un sistema por los errores o delitos de unos pocos. Porque defender lo público también es un acto de responsabilidad colectiva. Y porque, al final del día, no hay sociedad justa sin un Estado ético y fuerte. Y no hay Estado fuerte sin funcionarios que crean en lo que hacen, y ciudadanos que sepan por qué vale la pena defenderlos.

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Han pasado casi veinte años desde que Satoshi Nakamoto divulgó por vez primera una teoría sobre cómo transar una moneda virtual de manera descentralizada. Desde entonces, el mundo de las criptomonedas ha sido testigo de muchas historias, algunas de innovación financiera y otras que parecen sacadas de un guion de comedia financiera. Y en esa categoría entra el curioso caso de $LIBRA, una memecoin cuyo auge y caída nos dejan lecciones importantes sobre inversión, especulación y qué pasa cuando un presidente como Javier Milei se convierte en influencer cripto sin quererlo.
Para entender mejor cómo funciona esto, hagamos una comparación entre el peso chileno (CLP) y una criptomoneda. El CLP es emitido por el Banco Central de Chile y tiene respaldo en la política monetaria del país. Su valor fluctúa, pero dentro de parámetros controlados. En cambio, una criptomoneda como Bitcoin no tiene un ente regulador y su precio depende exclusivamente de la oferta y la demanda en los mercados globales. Esto puede ser una ventaja en términos de descentralización, pero también significa que su precio puede ser muy volátil.
Javier Milei es, además de presidente de Argentina, un economista libertario, ferviente defensor del mercado libre y las criptomonedas. Su estilo desadaptado-rebelde-impulsivo, lo ha llevado a desafiar estructuras tradicionales, y en el camino, a veces ha generado revuelo en los mercados financieros con solo un comentario en redes sociales. Cuando Milei mencionó $LIBRA en su cuenta de X, sugiriendo que esta moneda digital podría impulsar la economía argentina, llevó a miles de personas a invertir en ella. Sin embargo, poco después, el valor de $LIBRA se desplomó, resultando en pérdidas significativas para más de 40,000 inversores. Y claro, como muchos tomaron la mención en X como un aval presidencial, se lanzaron a comprar la criptomoneda, sin detenerse a analizar si realmente tenía valor o si era sólo otra memecoin nacida del entusiasmo de internet.
Las memecoins, para quienes no están familiarizados con el término, son criptomonedas que surgen más por el humor y la viralidad que por fundamentos financieros sólidos, en términos del cripto, no tienen activos subyacentes y tienen una alta concentración en pocas billeteras. Dogecoin ($DOGE) fue una de las primeras, creada como una broma basada en un meme de un perro Shiba Inu, y terminó convirtiéndose en una de las criptos más populares del mundo. La diferencia entre estas monedas y otras como Bitcoin es que las memecoins dependen enteramente de la comunidad y el hype: si el interés desaparece, su valor se desploma.

Y así ocurrió con $LIBRA. Tras la mención de Milei, el valor de la moneda se disparó en cuestión de horas, atrayendo a miles de inversores emocionados por la posibilidad de “subirse a la ola” antes de que se hicieran ricos. Pero como en toda burbuja especulativa, lo que sube demasiado rápido, también puede caer en picada. Y vaya que cayó. A los pocos días, $LIBRA perdió gran parte de su valor y dejó a miles de personas con las manos vacías. ¿Cómo sucedió esto?
El caso de $LIBRA sigue el patrón típico de las memecoins:
La moraleja es clara: no toda criptomoneda mencionada por una figura pública es una inversión segura, por más carismática que sea.
Ahora bien, ¿cómo saber en qué criptomonedas confiar y en cuáles no? La clave está en la investigación y en no dejarse llevar por promesas de riqueza fácil. Si una moneda no tiene un caso de uso claro o se basa solo en la especulación, lo más probable es que sea altamente volátil y riesgosa. En contraste, al día de hoy, monedas como Bitcoin y Ethereum tienen estructuras más establecidas y casos de uso definidos en el ecosistema digital. ¿Conllevan riesgo? Por supuesto que sí, pero menores al de una memecoin.
El caso de $LIBRA es un recordatorio de que, aunque el mundo cripto ofrece oportunidades interesantes, también está lleno de riesgos. Si algo parece demasiado bueno para ser verdad, probablemente no lo sea. Y si una criptomoneda depende más de su viralidad que de tecnología o utilidad real, quizá sea mejor pensarlo dos veces antes de invertir. A menos, claro, que te sobre dinero y te guste la adrenalina. En ese caso, ¡bienvenido al casino del internet!

Desarrollo websites desde los 15 años. Me apasiona el diseño gráfico y los desafíos expresados en algún lenguaje de programación. Me gusta leer, escribir y oír música. Disfruto de los regalos sencillos de la vida, con una mirada crítica y revisionista de absolutamente todo lo que me rodea. Dios es fiel.
Desde hace miles de años, la cultura hegemónica de nuestro hemisferio norte ha tejido tradiciones alrededor del solsticio de invierno, el momento en que la noche más larga da paso al regreso paulatino de la luz y la eterna lucha entre la oscuridad y la luz, la muerte y el renacimiento, la esperanza frente a la incertidumbre. Sin embargo, aquí en Chile, y en todo el hemisferio sur, vivimos estas festividades en pleno verano, bajo días largos, cielos despejados y un calor que no parece reconciliarse con las imágenes invernales de renos y nieve. La Calurosa Navidad, como nos enseña 31 Minutos.
Y claro, no hay más explicación a nuestro afán de decorar árboles, agregar luces, guirnaldas y elementos invernales a nuestro verano. Es el hemisferio norte el que ha marcado el ritmo cultural que heredamos, muchas veces sin adaptarlo a nuestra realidad. Este artículo es una invitación a explorar cómo estas celebraciones, que tienen sus raíces en los mitos de la luz, se entrelazan con nuestro propio paisaje estacional y cultural y el por qué, más allá de complicarnos con celebrar o no, debemos dar paso a entender las manifestaciones humanas de creencia, cultura y movimientos estelares.
En el hemisferio norte, diciembre es un mes de oscuridad. Los días son cortos, las noches interminables, y el frío obliga a buscar refugio y a comer y beber de manera especial, contundente y abrumadora. Este contexto dio origen a festividades profundamente espirituales, con la reafirmación creyente de que a pesar de la aparente muerte de la naturaleza, la vida renacerá.
Los sumerios, por ejemplo, honraban a Dumuzi, dios de la vegetación, decorando árboles sagrados como símbolos de resistencia ante el invierno. En las planicies de Sumer, los ciclos de vida y muerte no eran un simple vaivén agrícola; eran el corazón mismo de su cosmovisión. Dumuzi, dios de la vegetación, descendía al inframundo, pero su retorno siempre prometía fertilidad y abundancia. En su honor, los sumerios adornaban árboles sagrados, símbolos de vida persistente, incluso en el frío más cruel. Dumuzi no era solo un mito, era la certeza de que la muerte era un preludio a la vida.
En las costas del Mediterráneo, los fenicios encendían luminarias y veneraban a Baal y Melkart como custodios del ciclo solar. El fuego y los árboles decorados conectaban al hombre con el cosmos, con un ritual que reconocía la luz como un regalo sagrado en medio de las tinieblas. En estas prácticas ya está presente el germen de lo que hoy interpretamos como los adornos navideños.
Los egipcios celebraban el nacimiento de Horus, hijo de Osiris e Isis, marcando el triunfo del sol sobre la oscuridad. El nacimiento de Horus, el halcón solar, que renacía tras la muerte de Osiris. Este ciclo, inmortalizado en las aguas del Nilo y los cielos del desierto, es la base de las decoraciones solares y palmas que han permeado hasta la tradición cristiana. Horus es la encarnación de que el sol siempre vuelve, aunque los días parezcan interminablemente oscuros.
En Babilonia, Tammuz era el hilo conductor de las coronas vegetales y los fuegos ceremoniales que simbolizaban el retorno de la fertilidad. Los babilonios sabían que la oscuridad del invierno no era más que el preludio de un renacer inevitable. Quizás en esas mismas coronas y hogueras están las raíces de nuestras velas navideñas, pequeñas flamas que nos recuerdan que la vida siempre halla una forma de regresar.
En Roma, la festividad del Sol Invictus tiene sus raíces en el sincretismo religioso del mundo romano y su adoración al sol. Fue el emperador Aureliano quien estableció oficialmente el culto en Roma en el año 274 d.C. El imperator lo proclamó como el principal dios protector del Imperio, y fundó un templo monumental dedicado al Sol Invictus en el Campo de Marte. El culto ganó popularidad porque simbolizaba la victoria, la luz, y el poder eterno, conceptos que resonaban con la ideología imperial romana, altamente expansiva e invasiva. Además, al ser inclusivo y adaptable, atrajo a personas de diferentes creencias, especialmente soldados y comerciantes, uniendo diversas tradiciones bajo un solo emblema.
Las festividades del Sol Invictus incluían procesiones nocturnas con antorchas y hogueras, simbolizando la luz triunfante sobre la oscuridad, además de sacrificios de animales y libaciones en los templos dedicados al dios solar. En las ciudades, se organizaban juegos, carreras de carros y espectáculos públicos para exaltar la grandeza del Imperio, mientras los ciudadanos celebraban con banquetes comunitarios e intercambiaban regalos, como monedas con la imagen del sol, como símbolo de buena fortuna.
En Chile, y en todo el hemisferio sur, diciembre no tiene nada que ver con la oscuridad ni el frío. Aquí, el sol comienza a demostrar su esplendor, las noches son breves y la luz lo embarga todo, desde muy temprano y hasta muy tarde, por la noche. Sin embargo, celebramos la Navidad con los mismos símbolos que evocan paisajes nevados y chimeneas crepitantes. ¿Por qué no celebramos en diciembre algo que resuene más con nuestro verano? La respuesta está en cómo nuestra historia cultural se ha visto moldeada por el cristianismo y su calendario litúrgico, que adoptó y resignificó los mitos paganos del norte, consolidando la Navidad como una festividad global. Durante la colonización española, las festividades religiosas europeas, profundamente influenciadas por los mitos del hemisferio norte, se impusieron sin considerar la realidad climática y cultural de nuestras tierras. Así, heredamos la tradición de árboles de Navidad cargados de luces, sin importar que acá los pinos estén secos por el calor, y cantamos villancicos sobre “Blanca Navidad” mientras buscamos sombra bajo un árbol o parrón.
Nuestra Navidad es una síntesis cultural: de las Saturnales romanas y el Sol Invictus provienen la fecha del 25 de diciembre, los banquetes, las reuniones familiares y el intercambio de regalos, mientras que del Yule germánico y las festividades celtas se heredan símbolos como el árbol perenne y las luces, que celebran la victoria de la luz sobre la oscuridad. A esto se suman influencias más antiguas, como los mitos de dioses solares renacidos en el solsticio de invierno (Horus, Mitra), la figura de la madre divina y el niño salvador (Isis y Osiris), y el simbolismo del Árbol de la Vida, que conecta la eternidad con la renovación. También están presentes el mito universal del héroe que renace y los rituales babilónicos de fertilidad y abundancia. Por si fuera poco, a todo eso le sumamos tradiciones medievales como los villancicos y las modernas, como el cine y música propias de la estación, omitiendo, por supuesto a la figura del viejo pascuero, Noel, Nicolás, etc., cuyo análisis de sentido y origen bien pueden valer líneas aparte.
Los mitos navideños comparten una constante: la luz y la esperanza siempre regresan. Desde las luminarias fenicias a nuestras guirnaldas smart LED, la humanidad busca simbolizar que el sol -y con él la vida- siempre vuelve.
Al hablar de luz y esperanza, es imposible no pensar en Belén. Conocida en árabe como Bayt Laḥm y Beit Leḥem en hebreo, (tr. Casa del Pan, una figura ideológica de Cristo en la tradición cristiana), esta ciudad no sólo es el escenario del nacimiento de Jesús según la tradición cristiana, sino también un territorio cargado de tensiones y heridas. Belén, situada en Palestina, bajo actual invasión israelí, refleja un conflicto que parece interminable. ¿Qué significa entonces la Navidad en un lugar donde la paz parece tan lejana? ¿Cómo se celebra la luz en una tierra que ha conocido tanta oscuridad? La respuesta está en la esperanza, ese hilo frágil pero resistente que une a la humanidad a pesar de toda la barbarie que nos rodea.
¡Felices fiestas!
¡Feliz conciencia!

Desarrollo websites desde los 15 años. Me apasiona el diseño gráfico y los desafíos expresados en algún lenguaje de programación. Me gusta leer, escribir y oír música. Disfruto de los regalos sencillos de la vida, con una mirada crítica y revisionista de absolutamente todo lo que me rodea. Dios es fiel.
En Internet, tu nombre de dominio es como tu dirección digital. Es lo primero que ven tus clientes potenciales, y en muchos casos, el único vínculo entre ellos y tu negocio. ¿Te has preguntado cuántas veces has entrado en una página solo por lo atractivo que era su nombre o, por el contrario, la has evitado por sonar complicada o irrelevante? Elegir el nombre de dominio correcto es una de las decisiones más importantes al crear tu sitio web, y en este artículo te doy detalles de por qué hay que saber elegir el nombre de tu website.
Un buen nombre de dominio es fácil de recordar, relevante para tu negocio y transmite profesionalismo. En Chile, un dominio puede marcar la diferencia entre ser encontrado por tus clientes o perderte en la vasta competencia online. Además, un dominio claro y conciso puede mejorar tu posicionamiento en buscadores (SEO), lo que es clave para atraer tráfico a tu página.
El primer paso es tener en cuenta a quién te diriges. ¿Es un sitio web para tu pyme local, o estás construyendo una plataforma de e-commerce con alcance nacional? Tu dominio debe reflejar tu propósito. Si tu público es chileno, tal vez te convenga un dominio con la extensión “.cl”, ya que genera confianza y cercanía.
Las extensiones de dominio, como “.cl” o “.com”, son muy importantes. Si tu mercado es chileno, es una gran idea elegir “.cl”, ya que los consumidores locales suelen confiar más en sitios que utilicen esta extensión. Pero si tu negocio tiene aspiraciones internacionales, el “.com” es la opción ideal por su familiaridad global. Incluso podrías considerar adquirir ambos para proteger tu marca.
Cuanto más corto, mejor. ¿Por qué? Porque es más fácil de recordar, escribir y compartir. Un dominio largo o complicado tiende a ser olvidado. Piensa en nombres que tengan menos de 15 caracteres (o idealmente, 8). Un ejemplo: si tienes una cafetería llamada “El Rincón del Café y Los Libros”, un buen dominio sería algo como “rinconcafe.cl” en lugar de “elrincondelcafeyloslibros.cl”.
Los guiones, números o caracteres especiales pueden ser una trampa mortal para tu dominio. Estos elementos pueden confundir a las personas cuando intenten recordar o escribir tu nombre de dominio. Un dominio limpio y sencillo es clave para una buena experiencia de usuario.
Si tu negocio se especializa en un sector o rubro específico, considera incluir una palabra clave en tu dominio. Por ejemplo, si eres un dentista en Valparaíso, podrías optar por algo como “dentistavalpo.cl”. Esto no sólo hace que tu dominio sea relevante, sino que también te ayuda a posicionarte mejor en los resultados de búsqueda.
Un nombre de dominio creativo es ideal, pero no te pases de la raya. Aunque los nombres únicos como “Google” o “Zappos” pueden funcionar, es probable que a menos que tengas un gran presupuesto de marketing, te cueste más posicionar un nombre abstracto o inventado. Mejor mantente dentro de lo reconocible y relevante para tu público.
Piensa en el futuro de tu negocio. Si hoy vendes solo ropa para hombres, pero planeas expandirte a ropa de mujer y accesorios, un dominio como “ropahombres.cl” puede volverse limitante. En lugar de eso, podrías elegir un nombre más amplio, como “modaonline.cl”, que permita tu crecimiento sin perder relevancia.
Antes de emocionarte demasiado con un nombre, debes verificar si está disponible. Puedes hacerlo en sitios como nic.cl (para dominios .cl) o servicios como GoDaddy. Si tu nombre deseado ya está ocupado, te sugerimos jugar con combinaciones simples que mantengan la esencia de tu idea.
Si ya tienes un nombre en mente y está disponible, podrías considerar comprar variaciones del mismo, como las extensiones “.cl” y “.com”. Esto evita que otra persona lo adquiera y se aproveche del tráfico de tu marca. Además, protegerás tu identidad digital.
Un buen ejercicio es compartir el nombre de dominio en voz alta con amigos o colegas. ¿Pueden escribirlo correctamente al escucharlo? Si tu dominio no pasa la prueba de legibilidad, deberías reconsiderarlo. La idoneidad también es importante. ¿Es www.algrano.cl un buen nombre para un café?
Algunos términos de moda pueden sonar geniales hoy, pero mañana podrían quedar obsoletos. Piensa en la perdurabilidad de tu dominio. Nombres como “cybermoda” o “webcafe” pueden sonar modernos hoy, pero en un par de años pueden verse anticuados.
Es fundamental que te asegures de que el nombre que estás considerando no esté registrado como marca por otra empresa. De lo contrario, podrías enfrentarte a problemas legales más adelante. En Chile, puedes verificar esto en el sitio del INAPI (Instituto Nacional de Propiedad Industrial).
Tu dominio debe ser coherente con el nombre de tu negocio o marca personal. Si eres un emprendedor en solitario, tu nombre personal puede ser una opción viable, siempre que no sea demasiado común o complicado de deletrear. En mi caso, mi website es mi nombre, www.davidchacon.cl.
Tu presencia digital no se limita al sitio web. Verifica si el nombre que eliges está disponible en las redes sociales principales. Tener el mismo nombre en todas las plataformas refuerza tu identidad de marca.
Si ya tienes una base de clientes, puedes pedirles su opinión. ¿Les resulta fácil de recordar? ¿Asocian el nombre con tu negocio o industria? La retroalimentación externa puede ser invaluable para tomar la decisión correcta.
No está de más revisar nombres de dominio de otras marcas exitosas en Chile y el extranjero. Observa cómo utilizan palabras clave, extensiones y creatividad. Aprender de los mejores siempre es una buena idea.
Si después de mucho pensar no encuentras el nombre perfecto, existen herramientas en línea como NameMesh o Lean Domain Search, que pueden ayudarte a generar ideas basadas en palabras clave relacionadas con tu negocio.
Es común que los mejores dominios ya estén ocupados. No te frustres si tu primera opción no está disponible. Con un poco de creatividad y flexibilidad, puedes encontrar una opción que sea igual de efectiva.
Al final del día, el mejor nombre de dominio es aquel que sea simple, memorable y relevante para tu negocio. No te compliques con nombres demasiado largos o confusos. Asegúrate de que tu dominio refleje quién eres y qué haces, y que tus clientes lo recuerden sin esfuerzo.
¡Y listo! Ahora estás listo para elegir el mejor nombre de dominio para tu negocio. Cuéntame qué más te interesaría saber, escribiendo a soy@davidchacon.cl

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En la mitología del Tanaj, la Torre de Babel representa el momento en que la humanidad, unida por un solo lenguaje, se atrevió a desafiar a Dios construyendo una torre que llegara hasta el cielo. En respuesta, יהוה (YHWH), confundió sus lenguas, separándolos por la incomprensión mutua y creando una barrera invisible y poderosa: el idioma. La historia que representó nuestra percepción del lenguaje como un muro divisorio e infranqueable, a la vez de ser un recordatorio de los límites de nuestra ambición de trascender lo humano, se enfrentan a una nueva era, gracias a la IA.
Meta, en su anuncio del 25 de septiembre de 2024, trazó una nueva frontera que podría significar el fin de Babel. La compañía está probando una herramienta de traducción por IA que promete romper las barreras del idioma a través de la automatización del doblaje y la sincronización de labios en los Reels. Con esta tecnología, los videos creados en América Latina y Estados Unidos podrán ser comprendidos tanto en inglés como en español, independientemente del idioma en el que fueron originalmente grabados. La IA de Meta simulará la voz del creador en otro idioma, logrando una sincronización casi perfecta, permitiendo que los contenidos se disfruten sin la barrera lingüística que hasta ahora nos limitaba.
El potencial de esta tecnología es asombroso: podría ser el principio del fin de la incomunicación que ha fragmentado a las comunidades globales. Ya no habrá necesidad de subtítulos o traducciones toscas; la IA promete un nivel de acceso directo y emocional que hasta ahora era exclusivo para aquellos que compartían un mismo idioma. Con ello, se vislumbra un futuro donde las ideas y expresiones puedan fluir sin barreras, donde, por ejemplo, un creador chileno pueda impactar con la misma fuerza a una audiencia en Nueva York o en Madrid, sin que el lenguaje sea un obstáculo.
Sin embargo, en esta nueva frontera también se esconden riesgos importantes. Si la IA traduce automáticamente cada contenido a los idiomas más populares, ¿qué lugar queda para los dialectos o las lenguas minoritarias que también necesitan ser escuchadas? Podríamos estar ante un futuro donde sólo los idiomas mayoritarios sobrevivan al alcance global, mientras aquellos que representan culturas locales y comunidades pequeñas se desvanecen poco a poco en la irrelevancia. Paradójicamente, esta tecnología que nos acerca también podría separarnos, al eliminar la necesidad de aprender el idioma del otro. La IA se convierte en nuestro traductor permanente, y con ello podríamos perder la conexión humana que viene del esfuerzo por entendernos más allá de las palabras.
A esto se suma la hegemonía lingüística de los grandes idiomas de negocios, como el inglés y el chino. Con una tecnología que privilegia estas lenguas, los hablantes de idiomas menos extendidos podrían encontrar cada vez menos incentivos para mantener viva su lengua materna. En lugar de un mundo donde nos encontramos a medio camino, podría darse la paradoja de un mundo donde todo está traducido para nosotros, pero donde nadie se toma el esfuerzo de aprender el idioma del otro, aumentando distancias culturales, con sus “costos” histórico-políticos asociados.
Y sin embargo, a pesar de estos desafíos, hay razones para ser optimistas. La tecnología también nos ofrece la oportunidad de preservar y compartir esas lenguas minoritarias de maneras nunca antes imaginadas, dando voz a comunidades que históricamente han sido silenciadas. Podemos encontrar un equilibrio donde las herramientas de IA sean usadas no sólo para la conveniencia, sino también para el enriquecimiento cultural, respetando y celebrando la diversidad lingüística.
Quizá, al final, esta nueva expresión de la humanidad no desafíe a ningún dios, sino que más bien sea una reafirmación de nuestra naturaleza creativa, una capacidad innata de adaptarnos, de innovar y de trascender barreras. Esta vez, sin castigos ni confusión, tal vez podamos reconstruir Babel, no como una torre que llegue al cielo, sino como un puente que nos conecte a todos, sin importar el idioma que hablemos. ¿O acaso nos esperan nuevos desafíos, nuevas represalias por parte de nuestros propios límites? Solo el tiempo lo dirá. Por mi parte, reitero que estamos hechos para cosas grandes.

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Recientemente lanzado al mercado global, el nuevo libro del autor y divulgador de historia, nuevamente ha dado de qué hablar. Como lector, he decidido dejar plasmadas algunas impresiones a partir de mis highlights de mi cuenta Goodreads.
El libro Nexus de Yuval Noah Harari, plantea una reflexión profunda sobre el nexo que la tecnología ha tejido entre nuestras actividades humanas en el siglo XXI. Harari parte de la premisa de que la información -esa materia prima invisible pero poderosa- ha pasado a convertirse en el recurso central de nuestra civilización. Sin embargo, detrás de esa “red inorgánica” que ahora conecta a la humanidad con algoritmos y máquinas, subyace una trama de preguntas cruciales sobre nuestras decisiones, valores y por supuesto, el futuro.
En la primera parte del libro, Harari describe cómo la humanidad ha construido redes de información, desde relatos hasta documentos, y cómo, paradójicamente, estos nos han hecho más vulnerables al error y a la manipulación. La “fantasía de la infalibilidad” es una advertencia clara. Hoy en día, la confianza ciega en la tecnología nos expone a fallos que pueden tener consecuencias catastróficas.
Un aspecto particularmente relevante para los tiempos actuales es cómo Harari aborda la transición desde las redes humanas hacia las inorgánicas. Aquí, hace una distinción elemental entre un antes y el ahora; mientras que las imprentas, teléfonos y correos electrónicos simplemente facilitaban el flujo de información, los algoritmos y redes actuales no solo canalizan datos, sino que deciden y actúan en nuestro lugar. El concepto de incansabilidad en la red actual es escalofriante: las máquinas no descansan, no requieren pausas, y con esto, la humanidad empieza a verse presionada a mantenerse al ritmo incesante de estas nuevas entidades.
A esto se suma el factor de falibilidad de los sistemas. Aquí Harari plantea una verdad incómoda: los algoritmos y redes no solo pueden equivocarse, sino que lo hacen de manera sistemática y sin que la mayoría de los usuarios lo perciban. Es aquí donde el discurso mediático sobre la IA choca con la realidad que expone el libro. A menudo se promueve un entusiasmo desmedido por los avances en inteligencia artificial, pero Harari nos invita a mirar más allá del deslumbramiento inicial y a sopesar con cuidadosa cautela el poder que estos sistemas tienen sobre nuestras vidas.
Uno de los puntos más inquietantes del libro es cuando plantea la pregunta: ¿Podemos mantener todavía una conversación? El creciente poder de las máquinas pone en duda nuestra capacidad de tomar decisiones democráticas, y aquí Harari introduce una advertencia sobre los riesgos de caer en un “totalitarismo digital”. Los algoritmos, bajo el disfraz de eficiencia y neutralidad, podrían, si no vigilamos de cerca, reemplazar el juicio humano en áreas tan esenciales para la vida humana en sociedad como son la política y la gobernanza.
A lo largo del texto, Harari esboza una visión sombría de un “Telón de Silicio” (en analogía a la antigua “Cortina de Hierro”) que podría dividir al mundo, no por ideologías políticas, sino por acceso a la tecnología y al conocimiento. Esta nueva frontera entre quienes controlan los algoritmos y quienes dependen de ellos se convierte en un nuevo tipo de desigualdad global. El lector, como yo, se ve forzado a preguntarse si estamos listos para enfrentar estas divisiones o si seguiremos adelante sin cuestionar.
Algunos de los detalles que me han sorprendido gratamente tienen que ver con cómo Harari logra equilibrar la reflexión crítica con una narrativa que no es enteramente pesimista. Al igual que Cher Ami, la paloma mensajera que aparece en la portada (cuya historia cuenta que salvó vidas al entregar un mensaje en medio de la segunda guerra mundial), la tecnología tiene el potencial de ser un puente facilitador de soluciones en tiempos de crisis. Sin embargo, ese potencial no está exento de riesgos, y es nuestra responsabilidad cuestionar y reflexionar sobre hacia dónde dirigimos nuestro avance tecnológico.
Desde lo personal, un punto que merece especial atención es el papel de los datos en la caja oscura de la inteligencia artificial. La hegemonía de los datos de origen, mayormente en inglés y provenientes del hemisferio norte, ha dejado de lado la riqueza cultural y local de otras regiones del mundo, como Latinoamérica. En particular, países como Chile, históricamente aislados, han quedado excluidos de estas narrativas globales. La inteligencia artificial que se entrena con datos que no reflejan nuestra diversidad está construyendo una visión incompleta y sesgada de la humanidad. Esto no solo perpetúa la invisibilización de nuestras culturas, sino que también limita el alcance de las soluciones que estas tecnologías pueden ofrecer a problemáticas locales.
Es aquí donde surge una cuestión crítica: ¿a quién pertenecen los datos y quién decide cómo se usan? Este desequilibrio de poder es particularmente evidente cuando se consideran los problemas medioambientales relacionados con la inteligencia artificial. Los recursos que se consumen para entrenar estos modelos, desde electricidad hasta agua, están alcanzando niveles preocupantes. Empresas tecnológicas como Google y Microsoft ya consumen más electricidad que 100 países combinados, lo que deja una huella ecológica considerable. Además, el agua que se utiliza para refrigerar los centros de datos ha registrado aumentos alarmantes, mientras que las corporaciones parecen ocultar esta información al público, aunque indirectamente, lo publican en sus informes.
Así, la IA, mientras promete resolver problemas globales, parece estar creando otros de igual o mayor magnitud. Siendo éste un momento en que atestiguamos el auge de la IA, resulta necesario preguntarse a qué costo estamos dispuestos a avanzar. Y es en esta reflexión donde Nexus brilla con luz propia, al recordar que todo avance tecnológico viene con una responsabilidad implícita. No podemos celebrar los logros sin evaluar también las sombras que proyectan.
En lo personal, Nexus ha sido de una lectura fácil y reveladora. Harari, con su estructura acostumbrada y un continuismo transversal a sus obras que sorprende, nos recuerda que la tecnología, aunque fascinante y poderosa, debe ser abordada con mesura. Los medios de comunicación y la sociedad a menudo muestran un entusiasmo desenfrenado por el progreso tecnológico, pero debemos mantener un equilibrio en pos de la preservación de la cordura. Como apasionado de la tecnología, me alegra enormemente cada uno de los avances tecnológicos, a la vez que creo esencial poner en la balanza cada nuevo paso que damos para asegurar que nuestras decisiones sean justas, imparciales y sostenibles.

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