Cuando jubile, abriré una cafetería. Eso si es que aún hay café cuando jubile.
Abriré muy de mañana, porque el insomnio, porque los miedos. Encenderé las luces, luego cafetera y molinillo. Tendré listo y dispuesto cada utensilio, -no crean que por jubilar, el cafetero duerme entre laureles-. Levantaré la reja, sacaré las mesas. Limpiaré con desmesurado afán, quitando manchas, polvo y penas de los muebles, que dejaré lustrosos y felices; ávidos de clientes, de tazas y secretos de a dos. Giraré entonces el letrero que cuelga en la puerta, donde con estilo mixto entre lo steampunk y el mal gusto, declaro el boliche cerrado o abierto. Llenaré recién allí de los olores de mi mejor arábico el espacio pleno. Daré así por iniciada la rutina diaria.
Levantaré la reja, sacaré las mesas. Limpiaré con desmesurado afán, quitando manchas, polvo y penas de los muebles, que dejaré lustrosos y felices; ávidos de clientes, de tazas y secretos de a dos.
La primera molienda será delicada y consciente, como si la vida dependiera de ello. Moleré metódicamente y atento al humor del grano, entendiendo que la cosecha y el clima son amigos traicioneros a los que hay que mantener siempre muy cerca. Intentaré desprender al grano de sus mejores notas de aroma, para que luego tomar su cuerpo y hacerlo presente al paladar sea un mero trámite.
Mientras llegan los primeros clientes, sorberé el espresso horrible de la primera extracción, mientras calibro afanoso la máquina, para dar la experiencia merecida a quien se siente a beberse la vida. Bebiendo el trago amargo, recordaré cada vez que me sirvieron un mal café, ácido, amargo, quemado, sin alma, sin ganas. Será mi pacto y lo recordaré. No repetiré esa experiencia a mis comensales. No lo merecen ellos, ni yo estaré ahí para torturarles.
Recordaré que soy como el café post extracción; un residuo, ya casi sin sabores ni cuerpo. Las manos arrugadas y temblorosas serán un desafío, pero pretendo mostrar la nobleza que muestra el buen residuo, cuando cae compacto al knockbox, sin romperse, sin inmutarse siquiera. Entero y sólido, como ficha de hockey, acaso jueguen hockey con pastillas de café. Memento mori, me diré. Memento, mori.
Sonreiré a cada cliente, a cada turista, a cada sinvergüenza que pase a probar suerte. Perfilaré en segundos qué tipo de humano tengo al frente. Robusta o arábica, diré entre sonrisas, mientras doy los buenos días. No hay blends en esta tierra, ni siquiera uno, una, une. En este mundo o eres arábica, o eres robusta.
Luego de atender, recogeré el desastre y la propina con igual esmero y afán. Con alegría de barista principiante, correré a lavar cubiertos y tazas; platillos y demases. Entregaré la vida al proceso de restituir el cosmos en medio de tanto caos.
Finalmente, despertaré, dibujando una sonrisa en la cara y con una taza de café al lado, aleatoria, de entre las tantas fotografías que les tomé antes de disfrutarlos, porque claro, Murphy manda. Si estoy vivo a esa edad, ya no habrá café. Mi vejez y los buenos granos corren en pistas paralelas.
Cuando jubile, abriré una cafetería. Eso, si es que aún hay café cuando jubile… o si es que llego a jubilar, siquiera.
Desarrollo websites desde los 15 años. Me apasiona el diseño gráfico y los desafíos expresados en algún lenguaje de programación. Me gusta leer, escribir y oír música. Disfruto de los regalos sencillos de la vida, con una mirada crítica y revisionista de absolutamente todo lo que me rodea. Dios es fiel.