David Chacón Cisterna

Diseño Web, Docencia y más

Nexus: Entre la conexión infinita y la preservación de la cordura

Recientemente lanzado al mercado global, el nuevo libro del autor y divulgador de historia, nuevamente ha dado de qué hablar. Como lector, he decidido dejar plasmadas algunas impresiones a partir de mis highlights de mi cuenta Goodreads.

El libro Nexus de Yuval Noah Harari, plantea una reflexión profunda sobre el nexo que la tecnología ha tejido entre nuestras actividades humanas en el siglo XXI. Harari parte de la premisa de que la información -esa materia prima invisible pero poderosa- ha pasado a convertirse en el recurso central de nuestra civilización. Sin embargo, detrás de esa “red inorgánica” que ahora conecta a la humanidad con algoritmos y máquinas, subyace una trama de preguntas cruciales sobre nuestras decisiones, valores y por supuesto, el futuro.

La historia de la IA contada por Yuval Noah Harari

En la primera parte del libro, Harari describe cómo la humanidad ha construido redes de información, desde relatos hasta documentos, y cómo, paradójicamente, estos nos han hecho más vulnerables al error y a la manipulación. La “fantasía de la infalibilidad” es una advertencia clara. Hoy en día, la confianza ciega en la tecnología nos expone a fallos que pueden tener consecuencias catastróficas.

Un aspecto particularmente relevante para los tiempos actuales es cómo Harari aborda la transición desde las redes humanas hacia las inorgánicas. Aquí, hace una distinción elemental entre un antes y el ahora; mientras que las imprentas, teléfonos y correos electrónicos simplemente facilitaban el flujo de información, los algoritmos y redes actuales no solo canalizan datos, sino que deciden y actúan en nuestro lugar. El concepto de incansabilidad en la red actual es escalofriante: las máquinas no descansan, no requieren pausas, y con esto, la humanidad empieza a verse presionada a mantenerse al ritmo incesante de estas nuevas entidades.

A esto se suma el factor de falibilidad de los sistemas. Aquí Harari plantea una verdad incómoda: los algoritmos y redes no solo pueden equivocarse, sino que lo hacen de manera sistemática y sin que la mayoría de los usuarios lo perciban. Es aquí donde el discurso mediático sobre la IA choca con la realidad que expone el libro. A menudo se promueve un entusiasmo desmedido por los avances en inteligencia artificial, pero Harari nos invita a mirar más allá del deslumbramiento inicial y a sopesar con cuidadosa cautela el poder que estos sistemas tienen sobre nuestras vidas.

Uno de los puntos más inquietantes del libro es cuando plantea la pregunta: ¿Podemos mantener todavía una conversación? El creciente poder de las máquinas pone en duda nuestra capacidad de tomar decisiones democráticas, y aquí Harari introduce una advertencia sobre los riesgos de caer en un “totalitarismo digital”. Los algoritmos, bajo el disfraz de eficiencia y neutralidad, podrían, si no vigilamos de cerca, reemplazar el juicio humano en áreas tan esenciales para la vida humana en sociedad como son la política y la gobernanza.

A lo largo del texto, Harari esboza una visión sombría de un “Telón de Silicio” (en analogía a la antigua “Cortina de Hierro”) que podría dividir al mundo, no por ideologías políticas, sino por acceso a la tecnología y al conocimiento. Esta nueva frontera entre quienes controlan los algoritmos y quienes dependen de ellos se convierte en un nuevo tipo de desigualdad global. El lector, como yo, se ve forzado a preguntarse si estamos listos para enfrentar estas divisiones o si seguiremos adelante sin cuestionar.

Un equilibrio necesario entre conexión y cordura.

Algunos de los detalles que me han sorprendido gratamente tienen que ver con cómo Harari logra equilibrar la reflexión crítica con una narrativa que no es enteramente pesimista. Al igual que Cher Ami, la paloma mensajera que aparece en la portada (cuya historia cuenta que salvó vidas al entregar un mensaje en medio de la segunda guerra mundial), la tecnología tiene el potencial de ser un puente facilitador de soluciones en tiempos de crisis. Sin embargo, ese potencial no está exento de riesgos, y es nuestra responsabilidad cuestionar y reflexionar sobre hacia dónde dirigimos nuestro avance tecnológico.

Desde lo personal, un punto que merece especial atención es el papel de los datos en la caja oscura de la inteligencia artificial. La hegemonía de los datos de origen, mayormente en inglés y provenientes del hemisferio norte, ha dejado de lado la riqueza cultural y local de otras regiones del mundo, como Latinoamérica. En particular, países como Chile, históricamente aislados, han quedado excluidos de estas narrativas globales. La inteligencia artificial que se entrena con datos que no reflejan nuestra diversidad está construyendo una visión incompleta y sesgada de la humanidad. Esto no solo perpetúa la invisibilización de nuestras culturas, sino que también limita el alcance de las soluciones que estas tecnologías pueden ofrecer a problemáticas locales.

¿Soluciones o nuevos problemas?

Es aquí donde surge una cuestión crítica: ¿a quién pertenecen los datos y quién decide cómo se usan? Este desequilibrio de poder es particularmente evidente cuando se consideran los problemas medioambientales relacionados con la inteligencia artificial. Los recursos que se consumen para entrenar estos modelos, desde electricidad hasta agua, están alcanzando niveles preocupantes. Empresas tecnológicas como Google y Microsoft ya consumen más electricidad que 100 países combinados, lo que deja una huella ecológica considerable. Además, el agua que se utiliza para refrigerar los centros de datos ha registrado aumentos alarmantes, mientras que las corporaciones parecen ocultar esta información al público, aunque indirectamente, lo publican en sus informes.

Así, la IA, mientras promete resolver problemas globales, parece estar creando otros de igual o mayor magnitud. Siendo éste un momento en que atestiguamos el auge de la IA, resulta necesario preguntarse a qué costo estamos dispuestos a avanzar. Y es en esta reflexión donde Nexus brilla con luz propia, al recordar que todo avance tecnológico viene con una responsabilidad implícita. No podemos celebrar los logros sin evaluar también las sombras que proyectan.

En lo personal, Nexus ha sido de una lectura fácil y reveladora. Harari, con su estructura acostumbrada y un continuismo transversal a sus obras que sorprende, nos recuerda que la tecnología, aunque fascinante y poderosa, debe ser abordada con mesura. Los medios de comunicación y la sociedad a menudo muestran un entusiasmo desenfrenado por el progreso tecnológico, pero debemos mantener un equilibrio en pos de la preservación de la cordura. Como apasionado de la tecnología, me alegra enormemente cada uno de los avances tecnológicos, a la vez que creo esencial poner en la balanza cada nuevo paso que damos para asegurar que nuestras decisiones sean justas, imparciales y sostenibles.

El hilo del brigadier.

El brigadier escribe afanosamente lo que parecieran ser sus últimas voluntades. El lápiz soporta la ira enorme que los músculos de la mano temblorosa le infligen, mientras las líneas de una increíblemente pulcra caligrafía va cayendo sobre la hoja, antes en blanco.

Cumplió el pacto, como muchos. Guardó silencio y con ello, dibujó una falsa calma en la vida de todos los demás colegas que como él actuaron bajo las órdenes del tirano. Escribe porque debe y necesita. Y él lo sabe.

El brigadier toma el hilo rojo y va desenredando la madeja a medida que escribe. El reguero de sangre baña los pasillos de la historia hecha sendero desde el norte y sus desiertos, hasta el sur y sus canales. La horrenda siega fue mayúscula. Y él lo sabe.

Lentamente, los pasillos de su laberinto reciben luz de día. La mano, cada vez más suelta y menos temblorosa, sigue anotando coordenadas, nombres, datos, lugares borrados por los sin-cuenta. 

Seguro me entenderán, piensa, mientras escribe las últimas líneas, esperando valga la pena. El hilo se acaba. Estampa su firma. Sale del túnel. El hilo cae en miles de manos. Suena el disparo. El brigadier cae libre. Y él lo sabe.