Una de las mayores ceremonias televisivas de antaño, era reunirse frente al televisor, en familia, a esperar un nuevo capítulo del programa o serie que semanal y sagradamente transmitían en TV. El primer cambio vino con las operadoras de cable y sus retransmisiones; luego, casi en paralelo, el modelo On Demand y el stream de Internet, vinieron a transformar la escena para siempre. Y para quienes somos de una generación de transición (no nativos, pero no ajenos a la transformación digital), los costos comparativos entre el modelo añejo y el actual, no son menores, a ratos.
Sí, se agradece la calidad y la simultaneidad en la entrega de contenidos. Hoy no necesariamente debemos ver píxeles ni oír audios deteriorados por el paso del tiempo en TV, como tampoco tenemos que esperar tanto para que nos llegue la taquilla más reciente a cada uno de nuestros dispositivos.
Somos la generación que puede consumir una serie en un viaje, de camino a una reunión y a veces, incluso, en la reunión misma, -dependiendo de si la trama de ésta última es menos interesante que la de la serie en curso y por supuesto, de la capacidad de camuflaje social que el espectador tenga respecto al orador; de otro modo, sería una falta de respeto. Bueno, convengamos que ésta opción siempre será una falta de respeto.
Ya van varios episodios en que he sufrido a manos de los voraces televidentes de series populares. Mea culpa: me pasa por estar hiperconectado, 24/7, literalmente. Pero, demos un vistazo a este fenómeno, que no es menor.
Todo comienza con Netflix y su decisión temeraria de dar al espectador la decisión de consumir el contenido de una sola sentada o en parcialidades a convenir. El modelo “Netflix n’ Chill” -en su origen, al menos- reemplazó al café y al libro (o más precisamente a éste último), como formas de invertir el poco tiempo de ocio que nos regalamos. Hasta aquí, todo bien. Buena decisión la de Netflix, buena decisión la de quienes se juntan a compartir -bajo cualquier excusa- la serie de turno. El problema real comienza cuando necesitamos competir con el prójimo y con un tipo de prójimo en particular. El prójimo de tipo speedrunner. El que se acaba la serie no bien ésta se estrena.
El speedrunner se contagia del hype de alrededor, de sus influencers de moda, hace la vigilia previa al estreno, se zampa la temporada completa y luego se bifurca en dos especies: el speedrunner introspectivo, que queda con la angustia de haber terminado demasiado rápido -anhedonia, se llama esa desgraciada experiencia-, y el speedrunner-imbécil, el que hará todo lo posible por demostrarle al mundo que ya terminó la temporada, en tiempo récord, que por ése hecho tiene una autoridad inalienable de vociferar a los cuatro vientos y a la red en su totalidad cada uno de los detalles de la serie y la temporada -cruciales en la trama o no-, y que, de paso, arruina la experiencia de los que llevamos la experiencia un poco más lenta y digerible; los que, por intentar llevarles el paso a los speedrunners, nos quedamos dormidos, móvil en mano (o en un soporte ad-hoc, los más afortunados), babeando el capítulo que tendremos que ver, inexorablemente, más adelante.
Luego, viene lo peor que nos puede pasar a quienes no somos speedrunners por defecto; transformarnos kafkianamente en una especie de maratonista peor que el antes descrito y ciertamente peor que del que hemos sido víctimas. Dicho esto, creo que es hora de hacer coto.
Amigo speedrunner que lees estas sentidas líneas: ¡GANASTE! ¡Eres el mejor! ¡Nunca nadie podrá superar a un fan de la serie como tú! Créeme que por esta razón te admiro y reconozco tu esfuerzo de separar/consagrar tu ocio y transformarlo en algo exclusivo, de lo que te sientes orgulloso y absorto al mismo tiempo. Lamento tu anhedonia, pero vamos, que tú te la buscaste. (:*) Sólo tengo un encargo para ti. Por favor, no aruines mi experiencia.
Yo, el lento, el que se queda dormido porque ya no rinde los trasnoches como antes, el dinosaurio consumidor promedio de stream, te pido por favor que calles, que disfrutes en silencio, que seas contemplativo, que no arruines mi experiencia. No compartas más que el logro de haber terminado en las redes sociales. No me digas quién va a morir, o quién partirá lejos o qué personaje se transforma. No me cuentes el final, que yo quiero disfrutarlo tanto como tú. Por favor, no me spoilees.
Una vez más, por si no queda del todo claro; por favor, no spoilees mi experiencia.
Desarrollo websites desde los 15 años. Me apasiona el diseño gráfico y los desafíos expresados en algún lenguaje de programación. Me gusta leer, escribir y oír música. Disfruto de los regalos sencillos de la vida, con una mirada crítica y revisionista de absolutamente todo lo que me rodea. Dios es fiel.