David Chacón Cisterna

Diseño Web, Docencia y más

Arriendo Temporal

“La paloma protesta contra el aire, sin darse cuenta de que es lo único que le permite volar.”

Goethe.

I

– Ya, pero te apurai -. Camila cortó la llamada y tiró el teléfono sobre la cama. La habitación estaba surtida de un sinfín de alhajas y maquillaje, que recorrían los muebles, las repisas, el piso, los colgantes de pared y cualquier otra superficie capaz de aguantar algo del desorden de la muchacha, dispuesta a todo menos a domesticar ese espacio que hace unos tres meses reclamaba como propio. El viejo caserón de calle Riquelme, apenas iluminado por la luminaria pública que a veces funcionaba y a veces no, servía ahora de refugio para ella. En su habitación soñaba despierta, mientras veía reflejado el logro de su trabajo en ese desorden. La esperanza de surgir, de ser alguien en la vida, como tantas veces le pidiera la tía Adela. Desde que se mudó a la ciudad, el discurso era luchar por y para sí misma, sin más consideración que el propio amor a las metas personales y la búsqueda del éxito a cualquier costo, inclusive de los amoríos y el tiempo libre.

En estos meses, con mucho sacrificio había logrado lo impensable. Pagar dos meses de arriendo por adelantado, comprar alimentos, ropa y utensilios, llegar puntualmente a cada una de sus clases en la universidad, ir al día en el pago de sus deudas y llamar sagradamente a sus padres, una vez por semana, los jueves, a las seis de la tarde.

Las llamadas tenían siempre el mismo tono. Hoy tampoco fue diferente. Tomó el teléfono, buscó el contacto, marcó y esperó con cara de nada. De pronto, le contesta la voz cansada de su padre.

– (Suspira) ¿Aló, Cami?… saludó el papá.

– Hola, papi, respondió ella, con tono apático y alto desgano.

– ¿Cómo estás, hijita? (de fondo, los platos de la cocina y el ambiente familiar se entremezclaban en una misma música, tan conocida y tan lejana ahora mismo para ella.).

– Bien, supongo – responde, como si ya le estuviera comenzando a molestar el cuestionario-.

– ¿Sólo supones?

– Sí, ya sabes, lo de siempre. Entre el trabajo, los estudios, las salidas, no me queda mucho tiempo para nada que no sea rutina.

– ¿Has comido bien esta semana? Recuerda que tu madre puede enviarte lo que quieras. Te apoyamos, pero pero no creas que hemos dejado de pensar en ti.

– Sí, más o menos. La verdad es que más que nada por falta de tiempo. Tengo lo suficiente. No necesito mucho para vivir, ya sabes como es.

De fondo, la madre interviene: -¿Cómo te ha ido en el trabajo?-

– Bien, ya saben, lo mismo de siempre.

– Lo mismo de siempre, lo mismo de siempre. Nunca contesta bien esta niñita, -dice la mujer entre dientes, pero lo suficientemente claro para que Camila haga una mueca al otro lado de la línea, mientras prepara su escueta respuesta-.

– Algunas veces. Pero siempre por poco tiempo. Ya saben que estoy lo bastante ocupada como para perder tiempo con amigos. Será más adelante, cuando tenga todo resuelto.

– Deberías socializar más, Cami. Es importante tener vida social. Nadie quiere que te enfermes por no tener gente alrededor.

– Lo sé, lo intento, dijo Camila, dando un largo suspiro que contradecía automáticamente su respuesta.

– ¿Necesitas algo? ¿plata o algo más?

– No, papá, ya te he dicho que puedo mantenerme sola.

– Solo queremos ayudarte, hijita.

– Lo sé, pero no necesito que estén siempre encima de mí.

– Solo nos preocupamos por ti.

– Lo sé, pero también necesito mi espacio.

– Está bien, lo entenderemos- dijo el padre, sabiendo de que llegaban nuevamente a un punto muerto.

– Gracias por eso, aunque todas las semanas es lo mismo- dijo Camila. Si quieren que siga llamando, tendrán que cambiar el repertorio. Agota.

Un largo silencio se cierne en la conversación. Ni Camila ni su padre se atreven a finalizar la incómoda y sosa conversación semanal. Si uno de ellos cuelga, el otro quedará con el corazón en la mano, lamentándose irremediablemente, pensando en lo largo que significa una semana cuando quieres mantener contacto con quienes quieres. Y viceversa, al otro lado estará la culpa acechando y cuestionando la decisión de cortar la llamada, la duda de lo que pudo haber sido una fructífera conversación y una reafirmación de lazos a distancia.

-Lo sé. Mucho pedir para estos tiempos-, piensa Camila, mientras corta la llamada antes que todo se vuelva aún más incómodo. Afuera suena una bocina larga y furiosa, como si el conductor hubiese tenido de pronto un paro cardiaco y su cabeza hubiese caído sobre la bocina. Camila se exalta, mientras una lágrima rueda por su mejilla esperanzada en que al otro lado entiendan de una vez lo difícil que es para ella separar este tiempo cada semana. Rápidamente coge el bolso, abre la puerta y dedica una mirada a su pieza, al desorden, al vacío, a sí misma. Cierra con cuidado, mientras la bocina no para de sonar. Se sonroja, nerviosa y enojada, por lo que darán que hablar esos bocinazos a todo el alcahueterío circundante. Viejas sapas, piensa, mientras baja las escaleras rápidamente y sale a la calle, encontrándose cara a cara con el frío invernal. Desde el auto, le hacen señas. Rubén, un joven rubio, de bigotes alocados, le mira sonriente, mientras le hace señas con la mano. Abre la ventanilla y le grita: – Ya po, Camila, apura la causa. No tenemos todo el día. El cliente ya llegó y está esperando. Camila, resignada, corre al SUV mal estacionado frente a la salida de vehículos, fuera del oscuro caserón y desde el auto se despide de su oscura ventana que parece mostrar una cara triste al verla cada vez más lejos, más pequeña.

– ¿Qué te pasó que demorabai tanto? Le saludó el muchacho.

Nah, estaba conversando con los viejos– dijo ella.

– ¡Buena hora escogiste! Este otro debe estar desesperado. Recuerda que erís su tapadera durante todo este mes.

– Si sé- dijo Camila, recordando las otras veces en que ha estado en la misma situación, tapando agujeros, reparando platos rotos, haciendo de alma gemela, sustituyendo lo que falta para tantas y tantos que no tienen el coraje de buscarse una vida real, pero sí el suficiente dinero como para pagar por una de mentiras.

II

Mientras Camila y Rubén viajan en silencio por las calles de la ciudad, la chica piensa en su vida y en la de su cliente. Se acuerda del cuento que leyó cuando era niña, el del mendigo y el príncipe que cambian de lugar y viven la experiencia de conocer el otro lado de la moneda. ¡Eso mismo! -pensó- Eso es lo que estoy viviendo con estos pitucos tirados a decentes. Según ello, tienen todo resuelto, porque todo se paga. Pero la vida, el amor, el cariño, eso nunca. En todo orden de cosas soy mejor que ellos, porque conozco sus mentiras. Yo al menos doy cara, voy de frente. Bueno, ni tanto. Mis viejos no saben nada de esto.

Rubén la conoció en la facultad. A él, Camila le resultó lo suficientemente atractiva para el negocio, pero también lo suficientemente inferior como para relacionarse con ella más que por negocios. – En la vida, perrita, no se puede tener todo al mismo tiempo- le repetía de cuando en cuando a Camila, sólo para recordarse a sí mismo la conveniente posición que les cabía a ambos en el trato.

A Camila, Rubén le significó un salvavidas milagroso, un gol de media cancha, de esos que su papá gritaba a todo pulmón en la pequeña casa familiar. Cuando se acercó la primera vez, no supo diferenciarlo del resto de jotes que pululaban alrededor de las mechonas de primer año. Trató de correrlo sin suerte, porque Rubén era especialista en caer bien. Afinándose el bigote, se fue acercando cada vez más hasta que le dijo, pícaro y serio al mismo tiempo: -Creo que los dos podemos hacer muy buenos negocios, huachita. Conversemos al final de la clase-. Camila esperó a que todos salieran de clases y ahí mismo donde antes la hubiera abordado, tomó asiento y esperó, mientras encendía un cigarrillo para matar los minutos. No dio ni dos caladas cuando ya tenía frente a ella a Rubén, siempre sonriente, siempre astuto.

– Pensé que te irías- dijo el muchacho.

-Me quedé por lo del negocio-, dijo ella, convencida a medias de su falso tono de seguridad, ensayado para la ocasión a lo largo de su vida.

Mientras Rubén daba los detalles del negocio, Camila no daba crédito a lo que oía. Su vida cambiaría. No tendría que tomar dobles turnos en el almacén del barrio ni hacer el aseo de la casona en que vivía. Nunca se le hubiera ocurrido que su tiempo tuviera tanto valor para alguna gente. Bien decían sus padres que no tendría problemas en la vida, porque había salido linda, diferente al común y corriente de la gente del barrio, llamativa, pero fina. Lo de fina, en todo caso, se había ido diluyendo en el tiempo. En la facultad, ninguno de sus ademanes copiados de las teleseries y sus influencers favoritos, pasaban desapercibidos. Entre la gente adinerada, el club social era cerrado y para pertenecer había que darse a conocer, como el sobrino del obispo, llegando a clases en un Mercedes superior al auto de cualquiera de sus profesores. A pesar de ser del extremo sur de Chile, cayó enseguida muy bien en el engranaje social universitario.

Para ella era distinto. Su pelo, castaño claro, no alcanzaba a ser tan claro como para disimular su origen. La piel, en tanto, era un poco más morena que la del promedio de los socialité, por lo que nuevamente, su afán de pertenecer a ese grupo, estaba descontado de origen. En todo caso, no se quejaba de nada. Su arrastre era indiscutible, a la hora de ejercer sus artes de atracción y dominio, oficios que no se aprenden sino en la adolescencia y adultez.

El trato era simple. Nada de besos en la boca, pero sí abrazos y tomadas de la mano. De vez en cuando una mano en el muslo, para disimular la confianza. Boca cerrada la mayor parte del tiempo, sonrisa cortés, respuestas breves, libreto aprendido. Nada que pueda comprometer al cliente a tener que llevarla de nuevo. Nada que lo enamore. Nada que lo enfade. Complacer, complacer, complacer. A cambio, un botín que para ella era suculento. Cincuenta mil pesos por tres horas, de los cuales treinta mil iban para ella y veinte mil para su chofer/manager, como le gustaba presentarse a Rubén ante sus clientes. La agencia no tenía más de cuatro miembros y Rubén era quien hacía los contactos para todos. Un hombre, tres mujeres. No necesito más que eso y tiempo, se recordaba cada tanto, para vencer la tentación de expandir el negocio al borde de lo peligroso. Más que mal, la zona gris era previsible. Estaba en el límite de transformarse en el proxeneta de sus compañeros, pero a la vez, podía mirarse a sí mismo como indulgentemente solía hacer: como el héroe que les daría anécdotas, risas, dinero y roces con el mundo a muchachos que de otra forma, la tendrían más que difícil. No están los tiempos como para desperdiciar las oportunidades de la vida, solía repetirse.

Para Camila, las condiciones eran convenientes. Hasta el momento no había tenido mayores problemas en acompañar a compañeros de facultad y un par de desconocidos con recomendaciones. Había sido prima, hermana, amiga y polola de cada uno de esos mecenas mentirosos, dispuestos a todo con tal de no enfadar las expectativas de sus familias y amigos.

El trabajo es fácil y difícil al mismo tiempo. Fácil, porque los libretos a aprender son básicamente los mismos:  ¿Cuál es mi nombre completo? ¿Cuál es mi lugar de nacimiento? ¿Qué color me gusta más? ¿En qué colegio estudié? ¿Cómo nos conocimos? ¿Cuál es mi comida favorita? ¿Cuánto tiempo llevamos? ¿Cuál fue nuestra primera impresión el uno del otro? ¿Qué alergias tengo? ¿Qué actividades o intereses compartimos? Y difícil, porque a veces las preguntas se tornan en: ¿Cuáles son sus planes para el futuro cercano? ¿Hay algún evento o proyecto que estén planeando juntos? ¿Qué metas tienen en común?  Cuando las cosas decantaban por esos lugares incómodos, sabía que debía toser y dejar la respuesta en manos del cliente. A veces, traicionada por la emoción, comenzaba a responder desde las ansias de hacer bien el trabajo, pero al poco andar se acordaba de las condiciones y disculpándose con la mirada, tosía para dar el pase a quien ya tenía pensadas las mentiras de turno. Otras veces erraba en los modales, olvidando cómo sentarse, cómo masticar, sobre qué conversar, en qué momentos podía o no ir al baño. Los errores hacían que muchas veces mirara con altura crítica su quehacer.

– Mi trabajo es mentir, es cuidar, es proteger, acompañar y ser leal. Todo eso, todo al mismo tiempo – resume, mentalmente.

III

De sus clientes, hasta el momento el favorito para ella era Andrés. Tímido, reservado, buenmozo y gay. A ella no le importa. Lo acompaña fielmente a misa y al almuerzo dominical. Es la novia, como diría la nona, embelesada por la belleza morena de Camila. La abuela octogenaria no reparaba en detalles para la advenediza primera novia de Andrés. La mimaba con regalos y extras que Rubén pasaba por alto, siempre y cuando Andrés no reclamara nada. Hasta el momento, la tapadera funcionaba. Andrés era feliz viendo aliviados a sus padres y su abuela. Ya no habría necesidad de seguir buscándole compañía al niño, para evitar habladurías de las vecinas y las viejujas pechoñas de la misa. Todos veían a Andrés muy feliz, al lado de esa preciosa niñita que se había encontrado en la universidad.

Lo cierto es que sí se conocieron en la universidad, pero no como compañeros, sino presentados por Rubén. – Este es tu primer cliente, guagüi– le dijo, sonriente y resuelto, fingiendo centenaria confianza con Camila, que lo miró raro por eso de llamarle guagüi. Andrés estaba acompañado de su pareja, un chico pálido y menos sonriente que ninguno de los que ahí estaba. Él no entendía del todo la necesidad de tapar el sol con un dedo. Por su parte, todo estaba asumido. Gay hasta la médula, enamorado de Andrés y feliz de haberlo conocido. Su familia le apoyaba. Todo muy moderno y progresista, ad-hoc a los tiempos. Por parte de Andrés, claro, sabía que todo era el perfecto opuesto. Conservadores de tomo y lomo, defensores de valores rancios y de costumbres con espesas telarañas que no soportarían otra generación. Mientras tanto, la mesada de Andrés y sus ganancias de negocios se irían en beneficio de la paz y armonía, y de la muchachita, claro.

– Estamos entonces – dijo resuelto Rubén, una vez que habían detallado los más variados pormenores del trato, al lado del casino universitario.

Camila, estupefacta, pensaba en cómo no había cambiado mucho la esclavitud a lo que es en estos días. O de uniforme, o de arriendo, con horario libre o de lunes a viernes, terminas envuelto en un trato indecente, sobornando la vida con cada pago.

            – ¡Claro! Y muchas gracias a ti y a Cami. De verdad no saben cuánto significa para nosotros este favor.

            – Para eso estamos, perrín – dijo Rubén, mientras le guiñaba el ojo a Camila en un gesto de absurda complicidad.

            Y lo cierto es que Andrés sí se había beneficiado del trato. De todos los clientes, era el que mejor se llevaba con Camila, siempre gentil y bien educado. Atento a los detalles y fingiendo al máximo el papel de buen novio y compañero. Camila disfrutaba de vez en cuando la sensación de sentirse querida y acompañada. De la nada, soñar despierta era una actividad recurrente que la invitaba a pensar en la realidad alternativa, donde ni ella se arrendaba ni la relación era una farsa. Había planes, matrimonio, una casa grande, un perro tonto corriendo por el verde prado y hasta hijos. Luego, volvía a su lugar, con estremecedora y agonizante sonrisa de nostalgia de algo que nunca tuvo ni tendría, al menos no con Andrés. A veces se permitía fantasear en voz alta con Andrés, que le seguía el juego, entretenido con la posibilidad de ser normal para su familia. La vida conservadora de los suyos le hacía trizas el corazón cada vez que se detenía a pensar en el futuro. Por lo pronto, arrendaba el presente, mientras rogaba por paciencia y tiempo a su novio real.

            Rubén estacionó apresurado. Andrés esperaba inquieto, en la entrada de la casa, con un cigarrillo en la mano apenas encendido. Su mano temblaba y sus ojos estaban enrojecidos de tanto llorar.

            – La cagué, Rubén, la cagué– dijo conmocionado antes que Rubén pusiera un pie fuera del auto. Camila se asustó, pensando en que la culpa era de ella, que por llamar a sus padres había descuidado a su mejor cliente, que las cuentas no se pagan solas, que tu responsabilidad es arrendarte a estos pitucos, que cómo se te ocurrió pensar en que la llamada era más importante. Rápidamente, corrió a abrazar a Andrés, que la abrazó con algo parecido a la desesperación, tal vez al amor.

            Rubén encendió un cigarrillo y se dispuso a oír, más que mal así iniciaban todos sus tratos de negocio. Andrés se había descuidado y su familia se había enterado de todo. De su novio y la relación proscrita que mantenían en secreto, que el novio le llamaba a diario y que no era precisamente Camila quien se juntaba cada vez con él, sino el muchacho. La nona, decepcionada, le dijo que nunca más hablarían, que había muerto como nieto para ella, que lo único que esperaba es que Camilita no sufriera tanto como ella cuando se enterara.

Y esto era lo curioso: todo el mundo esa tarde esperaba a Camila. La reunión familiar no tenía novio, sino novia engañada. Ese era el rol dispuesto para ella hoy.

Camila, apenas entendiendo, se dispuso a apoyar a Andrés. Actuaría comprensiva y desconsolada. Daría todo por este cliente que en tres meses le había dado más que cualquier otro empleo en la vida. Hechas las cuentas, Camila y Andrés se dispusieron a entrar, mientras Rubén se alejaba, buscando mentalmente un reemplazo para un cliente menos, que era lo único esperable de toda esta situación.

Cuando entraron a la casa, no parecía la misma de cada domingo después de misa. Había un ambiente de silencio sordo, fuerte, que no permitía pensar con claridad. Avanzaron por el pasillo y llegó a la sala, donde toda la familia a excepción de la nona esperaba con cara fúnebre a la pareja.

– Camilita, qué bueno que llegaste –  La madre de Andrés pretendió manejar la situación con un tono conciliador pero titubeante, mientras bebía nerviosamente agua de un vaso. Para Camila, el cuadro era inesperado. Nunca se habría atrevido a fantasear con un giro de esta calaña. Cerró el corazón, abrió la mente. Encendió la sagacidad que le había permitido sobrevivir bien todos estos años. La conversación giró en torno a lo esperado. La decepción de los padres, la felicidad de Andrecito, el qué dirán, el origen del trato de amistad con Camila, la falta de decoro y honestidad, que acaso no sabes que eso es como prostituirse hijitapordios.

Shock.

Camila corre descalza por las calles. Llega a su habitación. No tiene control del tiempo. No tiene control de nada. Desaparece bajo las sábanas y mantas de su cama.

Anochece.

Amanece.

IV

Han pasado tres años. Camila dejó de ver a Andrés, salvo en los pasillos de la universidad. Rubén no demoró en encontrar reemplazo y en cambiar las condiciones. Ahora Camila es prima de una profesora que no quiere estar sola frente a la sociedad, amiga de una anciana que necesita quien le acompañe a hacer las compras y sitter de los hijos de los amigos de Rubén. Esto último fue una innovación más acorde a un giro lícito del negocio. La vida le sonríe. Ahora cubre sus gastos, ahorra y le sobra dinero para arrendar buenos momentos. Pronto terminará sus estudios y se prepara con ansias para devorar el mundo, o al menos eso les transmite semanalmente a sus padres, orgullosos de la hija independiente que supo salir adelante por sus medios. En cuanto al orden de su departamento, cualquiera hubiera esperado mejores resultados. Camila es un caso perdido -o un caos hallado-.

En lo emocional, salvo raras excepciones, ha superado el trauma social, la parálisis moral y la culpa religiosa de su relación con Andrés. Ha madurado, abrazando las zonas grises y esperando lo mejor para todos,  sin rencores.

En lo futuro, espera afrontar el mundo laboral con experiencia. Sabe que su pasado puede ser juzgado fácilmente. Pero también sabe que su labor no es menos compleja que la del abogado defendiendo lo indefendible o del contable reduciendo costos. Mientras camina rumbo a una nueva cita de arriendo, la brisa primaveral le alegra el rostro y hace vibrar los flecos del lindo vestido, estrenado para la ocasión. Al fin y al cabo todos somos un arriendo temporal de alguien más, se consuela.

*          *           *

IA: La caja de Pandora del Siglo XXI

Hace unos días, un grupo de destacados líderes se unió en una declaración conjunta a través de una carta abierta publicada en el sitio del Instituto Future Of Life (Futuro de la Vida) en la que piden “detener” el desarrollo de la inteligencia artificial durante al menos seis meses. Entre los firmantes se encontraban importantes figuras como Elon Musk, Steve Wozniak y el historiador Yuval Noah Harari. Todos ellos expresaron preocupación por los riesgos que representa la carrera desenfrenada para crear modelos de inteligencia artificial cada vez más avanzados, que se basan en el aprendizaje profundo y en el procesamiento de grandes cantidades de datos para la toma de decisiones y la resolución de problemas.

El texto de la carta titulada “Pausen los gigantes experimentos de Inteligencia Artificial” comienza con una llamada a la acción directa: “Hacemos un llamado a todos los laboratorios de IA para que detengan de inmediato durante al menos 6 meses el entrenamiento de sistemas de IA más poderosos que GPT-4.” El resto de la carta dice así:

La inteligencia artificial (IA) con habilidades comparables a las humanas puede representar riesgos profundos para la sociedad y la humanidad, como lo demuestra una extensa investigación y lo reconocen los principales laboratorios de IA. Como se afirma en los Principios de IA de Asilomar, ampliamente respaldados, la IA avanzada podría representar un cambio profundo en la historia de la vida en la Tierra y debe ser planificada y administrada con el cuidado y los recursos correspondientes. Desafortunadamente, este nivel de planificación y gestión no está sucediendo, incluso aunque los últimos meses han visto a los laboratorios de IA envueltos en una carrera fuera de control para desarrollar e implementar mentes digitales cada vez más poderosas que nadie, ni siquiera sus creadores, pueden entender, predecir o controlar de manera confiable.

Los sistemas de IA contemporáneos están ahora volviéndose competitivos con los humanos en tareas generales, y debemos preguntarnos: ¿Deberíamos permitir que las máquinas inunden nuestros canales de información con propaganda y mentiras? ¿Deberíamos automatizar todos los trabajos, incluyendo los satisfactorios? ¿Deberíamos desarrollar mentes no humanas que eventualmente podrían superarnos, superar nuestra inteligencia, obsolescencia y reemplazo? ¿Deberíamos arriesgar la pérdida del control de nuestra civilización? Tales decisiones no deben ser delegadas a líderes tecnológicos no electos. Los sistemas de IA poderosos deben ser desarrollados solo cuando estemos seguros de que sus efectos serán positivos y sus riesgos manejables. Esta confianza debe estar bien justificada y aumentar con la magnitud de los efectos potenciales de un sistema. La reciente declaración de OpenAI sobre la inteligencia artificial general afirma que “en algún momento, puede ser importante obtener una revisión independiente antes de comenzar a entrenar sistemas futuros, y para los esfuerzos más avanzados, acordar limitar la tasa de crecimiento del cómputo utilizado para crear nuevos modelos”. Estamos de acuerdo. Ese momento es ahora.

Por lo tanto, hacemos un llamado a todos los laboratorios de IA para que detengan inmediatamente durante al menos 6 meses la capacitación de sistemas de IA más poderosos que GPT-4. Esta pausa debe ser pública y verificable, e incluir a todos los actores clave. Si no se puede implementar rápidamente una pausa de este tipo, los gobiernos deben intervenir e instituir una moratoria.

Los laboratorios de IA y los expertos independientes deben usar esta pausa para desarrollar e implementar conjuntamente un conjunto de protocolos de seguridad compartidos para el diseño y desarrollo de IA avanzada que sean rigurosamente auditados y supervisados por expertos externos independientes. Estos protocolos deben garantizar que los sistemas que se adhieren a ellos sean seguros más allá de una duda razonable. Esto no significa una pausa en el desarrollo de la IA en general, simplemente un paso atrás de la peligrosa carrera hacia modelos de caja negra cada vez más grandes e impredecibles con capacidades emergentes.

La investigación y el desarrollo de la IA deben centrarse en hacer que los sistemas más poderosos y avanzados de hoy en día sean más precisos, seguros, interpretables, transparentes, resistentes, alineados, confiables y leales.

Paralelamente, los desarrolladores de IA deben trabajar con los responsables políticos para acelerar drásticamente el desarrollo de sistemas robustos de gobernanza de la IA. Estos deberían incluir como mínimo: nuevas y capaces autoridades reguladoras dedicadas a la IA; supervisión y seguimiento de sistemas de IA altamente capaces y grandes grupos de capacidad computacional; sistemas de procedencia y marca de agua para ayudar a distinguir lo real de lo sintético y rastrear fugas de modelos; un ecosistema de auditoría y certificación sólido; responsabilidad por daños causados por la IA; financiación pública sólida para la investigación de seguridad técnica de la IA; e instituciones bien dotadas de recursos para hacer frente a las dramáticas interrupciones económicas y políticas (especialmente para la democracia) que la IA causará.

La humanidad puede disfrutar de un futuro próspero con la IA. Habiendo logrado crear sistemas de IA poderosos, ahora podemos disfrutar de un “verano de la IA” en el que cosechemos las recompensas, diseñemos estos sistemas para el claro beneficio de todos y demos a la sociedad la oportunidad de adaptarse. La sociedad ha puesto en pausa otras tecnologías con efectos potencialmente catastróficos en la sociedad. Podemos hacer lo mismo aquí. Disfrutemos de un largo verano de la IA, no corramos desprevenidos hacia una caída.

(Future of Life Institute, 2023)

Una oportunidad de Futuro.

A medida que las cosas se vuelven más complejas, es comprensible que surjan dudas y miedos sobre los efectos desconocidos del uso de la IA en nuestra vida cotidiana. La carta hace un llamado a la reflexión y a tomar medidas para garantizar la seguridad, transparencia y confiabilidad de los sistemas de IA. En particular, se insta a los desarrolladores de IA a trabajar en estrecha colaboración con los responsables políticos para acelerar el desarrollo de sistemas de gobernanza robustos y efectivos. Estos sistemas deben incluir autoridades reguladoras especializadas en IA, supervisión y seguimiento de sistemas altamente capaces de IA y grandes cantidades de capacidad computacional, sistemas de origen y marca de agua para distinguir lo real de lo sintético y rastrear las filtraciones de modelos, y un ecosistema sólido de auditoría y certificación.

A pesar de estos riesgos, también se reconoce que la IA tiene el potencial de mejorar significativamente nuestras vidas. Por lo tanto, es importante abogar por un enfoque cauteloso y reflexivo en su desarrollo. En lugar de apresurarnos a avanzar en el desarrollo de IA sin tener en cuenta sus posibles impactos negativos, debemos disfrutar de un “verano de la IA” y trabajar juntos para garantizar que la IA se desarrolle de manera segura, responsable y en beneficio de todos.

La Caja de Pandora del Siglo XXI

En un mundo cada vez más impulsado por la tecnología, es difícil ignorar el potencial peligro de la inteligencia artificial (IA). Se dice que las IA son como una caja de Pandora moderna, con el potencial de liberar consecuencias no deseadas y desconocidas. Al igual que en la mitología griega, la caja de Pandora contenía una serie de males que fueron liberados al abrir la caja, con consecuencias catastróficas para la humanidad.

De manera similar, la IA representa un potencial desconocido, capaz de causar estragos en nuestra sociedad si no se maneja adecuadamente. La creciente preocupación por el poder y la autonomía de las IA ha llevado a muchos a preguntarse si deberíamos seguir adelante con el desarrollo de estas tecnologías. A medida que las capacidades de la IA aumentan, también aumenta la preocupación de que los sistemas sean capaces de tomar decisiones que tengan consecuencias imprevistas e incluso peligrosas.

Pero hay una cara más optimista en esta historia. Al igual que en la mitología griega, la caja de Pandora también contenía la esperanza, que se liberó junto con los males. De manera similar, el desarrollo de la IA también tiene el potencial de ofrecer soluciones innovadoras y beneficiosas para la humanidad. Si se maneja adecuadamente, la IA podría ofrecer avances en áreas como la medicina, la ciencia, la agricultura y más.

Por lo tanto, la clave es encontrar un equilibrio adecuado entre el potencial peligroso y el beneficioso de las IA. Debemos trabajar para desarrollar sistemas de IA éticos y transparentes, asegurándonos de que sean seguros y confiables. Al hacerlo, podemos abrir la caja de Pandora de la IA de manera responsable y asegurarnos de que sus beneficios superen cualquier riesgo potencial.

Texto perfeccionado con la ayuda de un modelo de lenguaje basado en IA