David Chacón Cisterna

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El Libro Abierto.

Imagina que vas un día caminando y encuentras un libro abierto, en medio de una solitaria plaza, sobre un banco triste, al alero de un enorme árbol. Es invierno y hace frío, pero por alguna razón vas caminando en medio de tal paisaje. Decides tomar un tiempo para ti y tu curiosidad. Tomas asiento y hojeas el libro. Luego de un par de revisiones y de ver que esté completo, te lo llevas a casa.

Anochece y comienzas tu lectura. Al parecer, el libro te plantea un debate entre el sinsentido de la vida y el pleno sentido de manejar las cosas de manera quieta y pacífica. Una especie de bizarro manual de sobrevivencia. Lo escribe El Errante. Con ese nombre autoral, ya sabemos que no se trata de un best seller ni mucho menos. Se trata, seguramente, del esfuerzo de alguien por dar algo de prestigio a una idea impopular en este siglo; la idea de que el despropósito de la vida puede ser soportado y vivido de buen ánimo si se acepta el reto inicial de manejar las expectativas en todo tiempo.

A medida que avanzas, el libro te cuenta una historia entrañable y personal. El autor en realidad es el personaje principal; un sencillo errante que vaga por las diferentes ciudades del país, llevando consigo un equipaje bastante ligero y una especie de carga anímica constante que limita en un absurdo equilibrio, casi como si la alegría y la tristeza fueran extremismos inaceptables en su actuar y ser. Supongamos que es valiente, porque intenta mantener todo en calma mientras sortea los desafíos pequeños y grandes que va encontrando en su camino a la iluminación (si es que existe tal cosa).

Por otro lado, el errante no ve sentido en el destino de su andar; simplemente avanza, entregándose a los tiempos y elementos, sin más abrigo que el obtenido del trabajo de sus manos y su conformidad con la ventura que cada día trae consigo. Entonces, el camino se transforma en el propósito, pero no hay mayor anhelo que el de seguir caminando, enfrentando la sucesión de los días como quien respira.

El libro avanza, dando detalles de la vida del errante. Por ejemplo, que duerme en una banca, ubicada bajo un árbol, en medio de una plaza. Te inquietas, ya que es donde mismo acabas de encontrar este libro. No puede ser posible tanta coincidencia. Te asustas, incluso, pero logras conciliar la idea de que una coincidencia tal sea perfectamente posible.

Avanzas en tu lectura, mientras descubres los pasajes de la vida del errante. Las razones dolorosas por las que abandonó las emociones vitales y se entregó a tal estado de abandono, en donde todo significa vida y muerte, amalgamadas. Entiendes su Credo. Aceptar que lo que está fuera de control seguirá ocurriendo aleatoriamente, por lo que no vale la pena mayor preocupación que la de enfrentar dichas sazones sino con el mejor de los ánimos posible.

¿La incertidumbre? Por supuesto que está presente, pero se ve ampliamente compensada con la actitud permanentemente reflexiva y calma. El errante aprendió a no desesperar. Libre de la necesidad de encontrar un propósito universal, comienza a valorar cada momento como una oportunidad para experimentar la vida en su máxima expresión y a la vez, entiende de que no hay mayor expresión que la de vivir armónicamente, sin sobresaltos, enfrentando los buenos y malos momentos del mismo humor y talante.

¿Emociones? Claro, le atacan día y noche; pero tal como al atardecer de cada día es necesario buscar un lugar donde guarecer los huesos y el pellejo, el errante entiende que sus emociones son depositarias de un veneno extraño que podría alterar su equilibrio con pesimismo u optimismo desmedidos. Prefiere dosificar, llenar el vaso a la mitad y conformarse con avanzar, un paso a la vez.

En el libro, el errante camina una tarde rumbo a una puesta de sol, en medio del bullicio de una ciudad humanamente abarrotada. De pronto, el aliento vital se escapa de él, en medio de los transeúntes, que lo ignoran, confundiendo su cuerpo con el de algún vagabundo. Sólo horas más tarde, al anochecer, la responsabilidad social hace que se le trate como una emergencia cívica. Le trasladan a un hospital, le examinan, le autopsian. “Paro cardiorrespiratorio de causas naturales no atribuibles a terceros”, declaran. Entre sus ropas, encuentran un libro escrito y un testamento cerrado, muy bien cuidado del paso del tiempo. El errante se presenta, describe sus últimos anhelos y esperanzas y te pide un favor. En la última página del libro, la nota reza:

“Aquí termina el libro del Errante. Su Credo permanece intacto en la mente de cada lector, casualmente encontrado por un libro abierto, sobre una banca, bajo un árbol, en cualquier plaza de cualquier ciudad. Honrar esta última voluntad es todo el reconocimiento que merezco”.

Terminas el libro con fuertes emociones encontradas. El peso del mundo cae sobre ti. Con el libro en la mano, emprendes tu camino, sabiendo que esta inusual declaración de eutaxia ha dejado una marca profunda en tu propia visión del mundo. La danza equilibrada del errante te lleva a una plaza, donde escoges un frondoso árbol para dejar sobre la banca que está bajo el árbol, el libro abierto, en la primera página.

Es invierno y hace frío, pero en tu mente, imaginas al errante, dedicándote una medida y serena sonrisa de agradecimiento.

Terapias

Hace un par de días atrás comencé con las sesiones de terapia recuperativa. La idea es retomar actividad de a poco, para que la pierna y su movimiento se vayan recuperando gradualmente, tanto en elasticidad como en la progresión de la ausencia de dolor.

Han sido días complejos para mi estado anímico, ya que un dolor intermitente, más allá de hacer que todo funcione como uno quiere, hace que las diferentes actividades del día se vayan condicionando a la presencia o ausencia de éste, facilitando o dificultando la ejecución de cada tarea.

Y no es menor, ya que la cantidad de errores no forzados pueden subir diametralmente gracias a este pequeño detalle del dolor ciático. Errores que en ausencia de dolor, tendría menos probabilidad de cometer.

Daré cuenta de cada error, esperando que sean pocos, prescindibles, perdonables. Intentaré sonreír al espacio/tiempo que cargo a cuestas en días de dolor y otros de alegría momentánea en que descanso o me distraigo simplemente del madero que me ha tocado cargar durante dos años. No obstante, disto de ser quejumbroso o apesadumbrarme al respecto. Más bien estoy tranquilo, en paz y agradecido.

¿La razón de tanto optimismo y resignación? Mi vida misma, que ha estado llena de esos momentos que parten el alma y también de esas alegrías infinitas, lo que me hace aceptar la terapia como un ejercicio de la vida misma.