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Marzo suele ser un mes complejo para muchas de las personas que conozco. En Chile, se trata del mes de inicio del año escolar, el pago de patentes, permisos de circulación, renovaciones de hogar, pago de cuentas, cambios de casa, etc.

En mi caso, marzo ha sido un mes diferente. Marzo y sus complejidades para el mundo exterior no han tenido mucho que ver con mi vida y sus circunstancias especiales. Por primera vez en años me encuentro con reposo médico, debido a la cirugía que tuve hace algunos meses. Han sido días bellos, en los que he podido compartir con mi familia y ayudar en diferentes lugares y de diferentes formas, capitalizando e invirtiendo el tiempo que tengo disponible.

Lo anterior me permitió darle tiempo a algunos proyectos en rezago desde hace mucho; desde ejecutar un par de acciones de orden en el estudio de diseño y la casa en general, hasta recuperar una vieja impresora fotográfica que estaba casi descartada y que por cosas del azar, volvió a funcionar, luego de operar un pequeño truco de deception para asegurarle a la máquina de que los cartuchos que tiene instalados son aquellos originales con que alguna vez llegó a casa y no los que llegaron gracias a Amazon y sus milagros a un muy módico precio.

Esto me hizo reflexionar sobre los momentos en que una espera significativa nos lleva a disfrutar, en el tiempo, de algo poderosamente superior a lo que podamos imaginar en un principio. Los beneficios de la espera son, por lo general, subestimados.